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En 1976, tres años después de descartar los anticonceptivos, consultaron con
un médico de Atlanta llamado Harkavay.
--Queremos saber si hay alguna deficiencia -dijo Stanley- y, en ese caso, si se
puede hacer algo para solucionarla.
Se sometieron a las pruebas. Se demostró que el esperma de Stanley y los
óvulos de Patty eran normales y que todos los canales necesarios estaban
abiertos.
Harkavay, que no lucía alianza matrimonial pero sí el rostro agradable y
rubicundo de un universitario tras las vacaciones de invierno, les dijo que quizá
sólo fueran nervios. Que ese problema era bastante común. Que, en esos casos,
solía producirse un correlativo psicológico semejante a la impotencia sexual:
cuando más se deseaba, menos se podía. Era preciso que se relajaran y se
olvidaran de la procreación cuando hacían el amor.
En el trayecto de regreso a casa, Stan iba ceñudo. Patty le preguntó qué le
pasaba.
--Yo nunca hago eso -dijo él.
--¿Qué cosa?
--Pensar en la procreación durante...
Patty se echó a reír, aunque se sentía algo asustada. Esa noche, en la cama,
cuando creía que Stanley dormía desde hacía rato, éste empezó a hablar en la
oscuridad. Aunque su voz era inexpresiva, sonaba ahogada por las lágrimas.
--Soy yo -dijo-. Es culpa mía.
Patty se volvió hacia él, lo buscó a tientas y lo abrazó.
--No seas tonto -dijo.
Pero su corazón palpitaba deprisa, demasiado deprisa. Era como si Stan hubiera
descubierto una convicción secreta que ella guardaba sin saberlo. Sin razón
alguna, sintió, supo, que él tenía razón. Algo iba mal y no en ella. Era él. Algo iba
mal en él.
--No seas cenizo -susurró contra su hombro.
Él sudaba un poco y Patty comprendió que tenía miedo. El miedo surgía de él en
oleadas frías. Estar desnuda a su lado era, de pronto, como estar desnuda frente
a una nevera abierta.
--No soy cenizo y no soy tonto -dijo él con voz áspera y ahogada de emoción-, y
tú lo sabes. Es por mi culpa. Pero no sé por qué.
--No se puede saber una cosa así. -La voz de Patty sonaba regañina, como la
de su madre cuando estaba asustada. Y aunque estaba riñéndole, sintió un
estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo.
Stanley, la estrechó entre sus brazos.
--A veces creo saber la causa -dijo-. A veces sueño algo desagradable.
Entonces despierto y pienso: "Ya sé. Ya sé qué va mal." No sólo el hecho de que
tú no quedes embarazada, sino todo. Todo lo que va mal en mi vida.
--¡Stanley! ¡En tu vida no hay nada que vaya mal!
--Por adentro no -dijo él-. Por adentro todo está bien. Hablo de fuera. Algo que
debería haber terminado y que no terminó. Cuando despierto de esos sueños,
pienso: "Toda mi vida no ha sido sino el ojo de una tormenta que no comprendo."
Tengo miedo, pero entonces... se desvanece. Como los sueños.