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misterioso. Había hecho una lista de cuarenta posibilidades sacadas de los avisos
                en los periódicos decentes. Luego escribió cuarenta cartas en cinco noches
                pidiendo más información y formularios para solicitar empleo. Recibió veintidós
                respuestas indicando que el cargo ya estaba cubierto. En otros casos, la
                explicación más detallada de los requisitos indicaba que presentar una solicitud
                sería sólo una perdida de tiempo. al final se encontró con doce posibilidades,
                bastante parecidas entre sí. Mientras las estudiaba, preguntándose si podría
                rellenar doce solicitudes sin volverse loca, entró Stanley. Miró los papeles
                sembrados en la mesa y dio un golpecito sobre la carta de "Academias Traynor",
                respuesta que ella no había considerado más prometedora que las otras.
                   --Aquí -dijo. Ella levantó los ojos, sobresaltada por la certeza de su voz.
                   --¿Sabes de Georgia algo que yo ignore?
                   --No. Nunca estuve allí como no fuera a través del cine.
                   Patty lo miró arqueando una ceja.
                   --Lo que el viento se llevó. Vivien Leigh, Clark Gable. "Lo pensaré mañana,
                porque mañana será otro día" -dijo, en una mala imitación de acento sureño-. ¿No
                parezco recién llegado del Sur, Patty?
                   --Sí, del sur del Bronx. Si no sabes nada de Georgia y nunca has estado allí,
                ¿por qué...?
                   --Porque está bien.
                   --No es posible que lo sepas, Stanley.
                   --Claro que es posible -dijo él con naturalidad-. Lo sé.
                   Al mirarlo, ella comprendió que no era broma. Stan hablaba en serio. Y Patty
                sintió un estremecimiento en la espalda.
                   --Pero ¿cómo lo sabes?
                   Él estaba sonriendo, pero en ese momento vaciló como perplejo. Sus ojos se
                habían oscurecido; parecía mirar hacia dentro consultando algún artefacto interior
                que funcionaba correctamente pero que él comprendía tan poco como el
                funcionamiento de su reloj.
                   --La tortuga no pudo ayudarnos -dijo, de pronto.
                   Lo dijo con toda claridad. Ella lo oyó. Esa mirada hacia dentro, esa expresión
                cavilosa y sorprendida, todavía estaban en su cara. Y comenzaban a asustarla.
                   --Stanley, ¿de qué estás hablando? ¿Stanley?
                   Él dio un respingo. Su mano golpeó el plato de melocotones que ella había
                comido mientras revisaba las solicitudes. El plato se rompió contra el suelo. Los
                ojos de Stan parecieron despejarse.
                   --¡Mierda! Perdona.
                   --No importa, Stanley. ¿De qué hablabas?
                   --Lo he olvidado -dijo él-. Pero creo que debemos pensar en Georgia, cariño.
                   --Pero...
                   --Confía en mí.
                   Y ella confió.
                   La entrevista fue un éxito. Al tomar el tren de regreso a Nueva York, Patty
                estaba segura de haber conseguido el empleo. El director de personal le había
                cobrado una simpatía instantánea y ella a él. Una semana después llegó la carta
                de confirmación. Academias Traynor le ofrecía nueve mil doscientos dólares y un
                contrato a prueba.
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