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Cuando llegó al aeropuerto internacional de Bangor y recorrió los mostradores
                de alquiler de automóviles, las chicas (algunas vestidas de amarillo, otras de rojo,
                otras de verde claro) observaron con nerviosismo su aspecto y le dijeron, con más
                nerviosismo aún, que no tenían automóviles para alquilar, lamentablemente.
                   Tom se acercó a un quiosco de periódicos y compró un diario de Bangor. Buscó
                los anuncios clasificados sin prestar atención a la gente que lo miraba y eligió tres
                promisorios. Acertó con la segunda llamada.
                   --El diario dice que usted vende un furgón LTD, modelo 1976, por mil
                cuatrocientos dólares.
                   --Así es.
                   --Le propongo algo -dijo Tom, tocando la billetera de su bolsillo, con seis mil
                dólares-: tráigalo al aeropuerto y cerraremos el trato aquí mismo. Usted me da el
                coche y una factura de venta, más la documentación. Yo le doy el dinero en
                efectivo.
                   El dueño, del LTD hizo una pausa. Luego adujo:
                   --Tendré que quitarle mis placas de identificación.
                   --Sí, como quiera.
                   --¿Su nombre, señor?
                   --Barr -dijo Tom, leyendo un cartel que rezaba: "Aerolíneas Bar Harbor".
                   --¿Cómo nos reconoceremos, señor Barr?
                   --Estaré junto a la puerta más alejada. Me reconocerá porque mi cara no está en
                muy buenas condiciones. Ayer fui a patinar con mi mujer y me di un golpe terrible.
                Tuve suerte, porque no hubo fracturas.
                   --Caramba, lo lamento, señor Barr.
                   --Ya pasará. Usted tráigame ese coche, amigo.
                   Colgó y salió a la cálida y fragante noche de primavera.
                   El tío del LTD llegó diez minutos después. Era muy joven. Cerraron trato. El
                chico le extendió una factura que Tom guardó en el bolsillo de su chaqueta con
                gesto indiferente, mientras el chico retiraba las placas de Maine.
                   --Te doy otros tres dólares por ese destornillador -dijo Tom cuando la tarea
                estuvo terminada.
                   El chico le miró con asombro, pero se encogió de hombros y le entregó la
                herramienta a cambio de los tres dólares. "No es asunto mío", decía el gesto. Y
                Tom pensó: "Cuánta razón tienes, amigo." Lo despidió y luego se sentó al volante
                del LTD.
                   Era una porquería: la transmisión chirriaba, había ruidos por todas partes, la
                carrocería resonaba y los frenos estaban flojos. No tenía importancia. Tom entró
                en el aparcamiento y estacionó junto a un Subaru que parecía llevar bastante
                tiempo allí. Usó el destornillador del chico para retirar las placas del Subaru y
                ponerlas en el LTD, canturreando mientras trabajaba.
                   A las diez de la noche iba hacia el este, por la carretera 2, con un mapa del
                estado abierto en el asiento, a su lado. Conducía en silencio, porque la radio del
                coche no funcionaba. No tenía importancia. Había mucho en que pensar. En todas
                las cosas fantásticas que haría con Beverly cuando la alcanzara, por ejemplo.
                   En el fondo de su alma, estaba seguro de que Beverly andaba cerca.
                   Y fumando.
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