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"Ese vestido lo hizo tu mujer, malnacido", pensó ella. Y entonces se sintió girar
                por la fuerza.
                   --¿"A dónde fue"?
                   Kay le propinó una violenta bofetada que lo hizo bambolear y le abrió otra vez el
                corte de la mejilla izquierda. Él la cogió por el pelo y le dio un puñetazo. Por un
                momento ella tuvo la sensación de que su nariz había estallado. Gritó, tomó aire
                para volver a gritar y tosió, ahogada por su propia sangre. Estaba totalmente
                aterrorizada. Nunca había sospechado que se pudiera sentir tanto terror. Ese hijo
                de puta la iba a matar.
                   Gritó y gritó, hasta que él le golpeó en el vientre dejándola sin aire. Kay volvió a
                toser y jadear. Por un momento espantoso pensó que se ahogaría.
                   --¿"A dónde fue"?
                   Kay sacudió la cabeza.
                   --No... la... he visto -jadeó-. Irás a la cárcel... gilipollas...
                   Tom la incorporó de un tirón y ella sintió que algo cedía en su hombro. Más
                dolor, tan fuerte que estuvo a punto de vomitar. Él la hizo girar otra vez sin soltarle
                el brazo y se lo retorció a la espalda. Kay se mordió el labio, decidida a no gritar
                más.
                   --¿"A dónde fue"?
                   Kay sacudió la cabeza.
                   Él volvió a tirar de su brazo con violencia. Su aliento cálido jadeaba contra la
                oreja de Kay.
                   --¿"A dónde fue"?
                   --...sé.
                   --¿Qué?
                   --¡"No lo sé"!
                   Tom la soltó y le dio un empujón. Kay cayó al suelo, sollozando; de la nariz le
                brotaban moco y sangre. Hubo un chasquido casi musical. Cuando se volvió a
                mirar, Tom se estaba inclinando hacia ella. Había roto la parte superior de un
                florero de cristal de Waterford. Lo cogía por la base, sosteniendo el borde mellado
                a pocos centímetros de su cara. Ella lo miró como hipnotizada.
                   --Deja que te diga algo -pronunció él, entre breves jadeos y aliento caliente-: si
                no me cuentas dónde está, tendrás que recoger del suelo los restos de tu, cara.
                Tienes tres segundos.
                   "Mi cara", pensó ella. Y fue eso, por fin, lo que la hizo ceder... o derrumbarse: la
                idea de que ese bruto usara el borde del florero para destrozarle la cara.
                   --Volvió a su ciudad -sollozó Kay-. A Derry. Es una ciudad llamada Derry, en el
                estado de Maine.
                   --¿En qué viajó?
                   --En a-a-autobús hasta Milwaukee. Desde allí tomaría un avión.
                   --¡Maldita zorra! -gritó Tom, incorporándose. Se paseó sin rumbo, pasándose las
                manos por el pelo, que se erizó en ridículos mechones-. ¡Coño de mierda!
                   Tomó una delicada escultura de madera que representaba a un hombre y una
                mujer haciendo el amor; Kay la conservaba desde que tenía veintidós años. La
                arrojó contra la chimenea, donde se hizo astillas. Por un momento se encontró con
                su propia imagen en el espejo de la repisa. Se miró con los ojos dilatados, como si
                estuviera ante un fantasma. Después volvió a lanzarse contra ella. Había sacado
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