Page 430 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 430
Frankenstein. Henry lo había visto todo y después había visto que los ojos del
monstruo se movían y fijaban en él su mirada acuosa y amarilla. Sí, el monstruo
Frankenstein había matado a Victor y después a Belch, pero Vic estaba allí otra
vez, como la reposición de una película en blanco y negro, de los años cincuenta,
cuando el presidente era calvo y los Buick tenían estribo.
Y ahora que había pasado, ahora que la voz estaba allí, Henry descubrió que no
tenía miedo. Se sentía sereno, casi aliviado.
-Henry -dijo Victor.
-¿Vic? -exclamó Henry-. ¿Qué haces ahí abajo?
Benny Beaulieu resopló en su sueño. La máquina de coser de Jimmy se detuvo
por un instante. En el pasillo, Koontz bajó el volumen del televisor. Henry Bowers
pudo imaginarlo con la cabeza inclinada, una mano en el volumen, la otra tocando
el cilindro que abultaba el bolsillo de su chaqueta: el atado, de monedas.
--No hace falta que hables en voz alta, Henry -dijo Vic-. Basta con que pienses:
yo te oigo. Y ellos no pueden oírme.
--¿Qué quieres, Vic? -preguntó Henry.
Por largo rato no hubo respuesta. Henry pensó que Vic se había ido. Ante la
puerta, el televisor volvió a sonar con más potencia. Después se oyó un rasguido
bajo la cama y los elásticos chirriaron un poquito: una sombra oscura estaba
saliendo de abajo. Vic lo miró, sonriente. Henry le devolvió la sonrisa, intranquilo.
Porque Vic se parecía al monstruo de Frankenstein. Tenía una cicatriz alrededor
del cuello, tal vez porque le habían vuelto a coser la cabeza. Sus ojos eran de un
gris verdoso, extraño, y las córneas parecían flotar en una sustancia viscosa.
Vic seguía teniendo doce años.
--Quiero lo mismo que tú -dijo Vic-. Quiero saldar la deuda que me deben.
--Saldar la deuda -dijo Henry Bowers, soñador.
--Pero para eso tienes que salir de aquí -dijo Vic-. Tendrás que volver a Derry.
Te necesito, Henry. Todos te necesitamos.
--A ti no pueden hacerte daño -dijo Henry, comprendiendo que no hablaba sólo
con Vic.
--A mí no pueden hacerme daño si sólo creen a medias -dijo Vic-. Pero hay
algunas señales inquietantes, Henry. En aquel entonces, tampoco creíamos que
pudiesen vencernos. Pero el gordo se te escapó, en Los Barrens. El gordo y el de
los chistes y la zorrita, los tres se nos escaparon aquel día, después del cine. Y en
la pelea a pedradas, cuando salvaron al negro...
--¡No me hables de eso! -exclamó Henry. Por un momento hubo en su voz toda
la perentoria dureza que lo había convertido en jefe. De inmediato se echó atrás
temiendo que Vic le hiciese daño. sin duda, Vic podría hacer lo, que quisiese,
puesto que era un fantasma. Pero Vic se limitó a sonreír.
--Si creen sólo a medias, puedo encargarme de ellos -dijo-. Pero tú estás vivo,
Henry. Tú puedes castigarlos. Tú puedes saldar la deuda que me deben.
--Saldar la deuda -repitió Henry. Miró a Vic con nuevas dudas-. Pero no puedo
salir de aquí, Vic. Hay rejas en las ventanas y esta noche Koontz está de guardia.
Koontz es el peor. Tal vez mañana...
--No te preocupes por Koontz -dijo Vic, levantándose. Henry vio que aún llevaba
los vaqueros de aquel día, manchados con el barro seco de las cloacas-. Yo me
encargo de Koontz.