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asesinados. Sí, había matado a Patrick. Sí, también a Verónica. Sí a éste, sí a
todos. No era verdad, pero no importaba. Había que cargar con la culpa. Tal vez
para eso lo habían dejado vivir. Y si se negaba...
Comprendió lo del cinturón de Patrick. Se lo había ganado a las cartas, un día
de abril, pero no le quedaba bien y por eso lo arrojó dentro de su escritorio.
También comprendía lo de los libros; diablos, los tres andaban juntos y no se
preocupaban nada por los textos. Probablemente los armarios de ellos estaban
llenos de libros de Henry y la policía seguramente lo sabía.
En cuanto a la braguita... no, no sabía cómo podía haber ido a parar a su
colchón.
Pero creía saber quién -"o qué"- se había encargado de eso.
Mejor no hablar de esas cosas.
Mejor cerrar la boca.
Así que lo enviaron a Augusta. Por fin, en 1979 lo trasladaron a Juniper Hill;
desde entonces sólo se había metido en líos una vez, y eso porque al principio
nadie entendía. Un sujeto quiso apagarle el velador. El velador era un Pato Donald
saludando con sombrerito de marinero. Donald era la protección cuando se ponía
el sol. Sin luz alguna, podían entrar "cosas". Los cerrojos de la puerta y el
alambrado no las detenían. Entraban en forma de niebla. "Cosas". Hablaban y
reían... y a veces daban manotazos. Cosas peludas, cosas suaves, Cosas con
ojos. El tipo de cosas que habían asesinado a Vic y a Belch, mientras los tres
perseguían a los chicos por los túneles, debajo de Derry, en agosto de 1958.
En ese momento, al mirar alrededor, vio a los otros internos de la sala azul. Allí
estaba George DeVille, que había asesinado a su mujer y a sus cuatro hijos una
noche del invierno de 1962. George mantenía la cabeza inclinada. Su pelo blanco
ondeaba en la brisa y de la nariz le colgaban los mocos mientras trabajaba con la
azada. Un crucifijo de madera se bamboleaba contra su pecho. allá estaba Jimmy
Donlin. En los periódicos sólo se decía de él que había matado a su madre en
Portland, durante el verano de 1965; lo que los periódicos no decían era que
Jimmy había intentado un novedoso experimento para deshacerse del cadáver:
cuando la policía lo encontró, Jimmy ya se había comido más de la mitad,
incluyendo los sesos. "Con ellos me volví el doble de inteligente", confesó Jimmy a
Henry, cierta noche, tras la hora de apagar la luz.
Una hilera detrás de Jimmy estaba el pequeño francés Benny Beaulieu,
trabajando frenéticamente y cantando el mismo verso una y otra vez, como
siempre. Benny había sido incendiario... pirómano. En ese momento, mientras
trabajaba, repetía un verso de The Doors: "Trata de incendiar la noche, trata de
incendiar la noche, trata de incendiar la noche, trata de..."
Al cabo, de un rato eso acababa por alterar los nervios a cualquiera.
Más allá de Benny estaba Franklin de Cruz, que había violado a más de
cincuenta mujeres antes de que lo atraparan con las manos en la masa, en un
parque de Bangor. Las edades de sus víctimas iban de los tres a los ochenta y un
años. No era muy remilgado, Frank de Cruz. Y junto a él, pero más atrás, Arlen
Weston pasaba tanto tiempo contemplando soñadoramente su azada como
usándola. Fogarty, Adler y John Koonts habían probado el método de las monedas
para convencerlo de que se diera un poco de prisa; un día, Koontz le había
pegado con demasiada fuerza y Arlen había sangrado, no sólo por la nariz sino