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también por las orejas, y esa noche había tenido convulsiones. No fueron muy
                grandes. Pero desde entonces, Arlen se había retirado cada vez más hacia su
                propia negrura interior; ahora era un caso desesperado, casi totalmente
                desconectado del mundo. Detrás de Arlen...
                   --Si no levantas eso te ajustaré las cuentas, Henry -bramó Fogarty.
                   Henry levantó la azada y siguió trabajando. No quería tener convulsiones y
                terminar como Arlen Weston.
                   Pronto empezaron otra vez las voces. Pero esa vez eran las de los otros, las
                voces de los chicos que lo habían metido en eso, susurrándole desde la luna-
                fantasma.
                   "Ni siquiera pudiste alcanzar a un gordo, Bowers -susurró uno, de ellos-. Ahora
                soy rico, y tú estás dándole a la azada. ¡Me río de ti, imbécil!"
                   "No p-p-podías atrapar n-n-ni un reresfriado, B-b-bowers. ¿Has le-leleído algún
                b-b-buen libro d-d-desde que te en-encerraron? ¡Yo escribí un m-mmontón! Soy ri-
                ri-rico y tú estás en Ju-ju-juniper Hill. ¡Me río de ti, pedazo de estúpido!"
                   --Callaos -susurró Henry a las voces fantasmales, usando la azada más deprisa
                y volviendo a arrancar las plantas de guisantes junto con las hierbas. El sudor le
                corría por las mejillas como, si fuera llanto-. Podíamos haberlos atrapado. Claro
                que podíamos.
                   "Te hicimos encerrar, capullo -rió otra voz-. Me perseguiste, pero no pudiste
                atraparme y ahora también yo soy rico. ¡Bien, talón de plátano!"
                   --Cállate -murmuró Henry, apresurando el trabajo-. ¡Cállense todos!
                   "¿Querías meterte bajo mis braguitas, Henry? -lo provoco otra voz-. ¡Qué
                lástima! Dejé que todos me lo hicieran; yo era más que una cualquiera. Pero ahora
                también soy rica y estamos otra vez todos juntos y estamos haciéndolo otra vez,
                pero tú no podrías, aunque yo te lo permitiera, porque no se te pone tiesa. Así que
                me río de ti, Henry, me río, de ti..."
                   Trabajó como enloquecido, haciendo volar hierbas, tierra y plantas de guisantes.
                Ahora las voces de la lunafantasma eran más audibles, levantaban ecos y volaban
                en su cabeza. Y Fogarty corría hacia él, vociferando, pero Henry no lo, escuchaba.
                Por culpa de las voces.
                   "Ni siquiera pudiste atrapar a un negro como yo, ¿eh? -canturreó otra voz
                fantasmal, burlona-. En esa pelea a pedradas os dejamos muertos. ¡Os dejamos
                jodidamente muertos! ¡Me río de ti, cara culo! ¡Cómo me río de ti!"
                   Y un momento después todos estaban parloteando a la vez, riéndose de él
                llamándolo talón de plátano y preguntándole si le gustaban los tratamientos de
                "electroshock" que le habían aplicado en la sala roja y si le gustaba estar en Ju-Ju-
                Juniper Hill. Preguntaban y reían, reían y preguntaban, hasta que Henry dejó caer
                el azadón y empezó a gritarle enfurecido a la luna-fantasma, pero entonces la luna
                cambió y se convirtió en la cara del payaso. Su cara era un queso blanco, podrido
                y lleno de hoyos; sus ojos, agujeros negros; su sonrisa roja y sanguinolenta, de
                tan ingenua y obscena, resultaba insoportable y entonces gritó, no de rabia sino
                de terror, y la voz del payaso habló desde la luna-fantasma y lo que dijo fue:
                "Tienes que volver, Henry, tienes que volver y terminar la obra. Tienes que volver
                a Derry y matarlos a todos. Por mi. Por..."
                   Entonces, Fogarty, que llevaba casi dos minutos chillándole (mientras los otros
                internos observaban desde sus hileras, con las azadas en la mano, como, cómicos
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