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6. Mike Hanlon establece una relación.

                   Pero antes preparó la cena: hamburguesas con cebolla y champiñones
                salteados, acompañadas con ensalada de espinaca. Por entonces habían
                terminado de arreglar a "Silver" y estaban más que dispuestos a comer.
                   La casa era una pulcra vivienda al estilo Cape Cod, blanca, con detalles verdes.
                Cuando Bill apareció por el pasaje Palmer, Mike acababa de llegar, sentado al
                volante de un viejo Ford que tenía marcas de herrumbre en la carrocería y una
                rotura en la ventanilla posterior. Bill recordó entonces lo que el bibliotecario había
                señalado tan serenamente: de los miembros del Club de los Perdedores, los que
                habían abandonado Derry habían dejado de ser perdedores. Mike, por haber
                permanecido en la ciudad, se había quedado atrás.
                   Metió a "Silver" en el garaje de Mike, que tenía el suelo de tierra batida y estaba
                tan ordenado como la casa. Las herramientas colgaban de sus respectivos clavos;
                las luces, con pantallas cónicas de hojalata, se parecían a las que iluminan las
                mesas de billar. Bill apoyó la bicicleta contra la pared y los dos la miraron por un
                rato sin decir nada, las manos en los bolsillos.
                   --Es "Silver", sí -dijo Mike por fin-. Pensé que podías haberte equivocado, pero
                no. ¿Qué vas a hacer con ella?
                   --No lo sé. ¿Tienes un inflador de bicicletas?
                   --Sí, y también un equipo para emparchar. ¿Esas cubiertas son sin cámara?
                   --Siempre lo fueron. -Bill se inclinó para estudiar la cubierta rota-. Sí, sin cámara.
                   --¿Quieres pedalear otra vez?
                   --N-ni pensarlo -respondió Bill-. Pero no me gusta verla así, inútil.
                   --Como quieras, Gran Bill. Tú mandas.
                   Bill giró bruscamente la cabeza, pero Mike se había acercado a la pared del
                garaje y estaba sacando un inflador. De un armario cogió una cajita de lata que
                entregó a Bill. El escritor la observó con curiosidad: el equipo se parecía a los de
                su niñez: una pequeña caja de lata, de tapa brillante y granulada con la que se
                frotaba la goma alrededor del agujero antes de aplicar el parche. Parecía flamante;
                tenía aún una etiqueta adhesiva con el precio: "7,23". Bill creía recordar que, en su
                infancia, esos equipos se compraban por un dólar a, lo sumo.
                   --No me digas que tenías esto porque sí -dijo Bill. No era una pregunta.
                   --No -reconoció Mike-. Lo compré la semana pasada.
                   --¿Tienes bicicleta?
                   --No -dijo Mike, mirándolo a los ojos.
                   --Y compraste este equipo porque se te ocurrió.
                   --Fue un impulso -dijo Mike sin apartar sus ojos de Bill-. Me desperté pensando
                que podía hacerme falta. Y la idea siguió durante todo el día. Así que... compré el
                equipo. Y ahora te viene bien.
                   --Ahora "me" viene bien -repitió Bill-. ¿Qué diablos significa todo esto?
                   --Pregúntaselo a los otros esta noche.
                   --¿Los veremos allí? ¿Qué piensas tú?
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