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Divertido a pesar de su inquietud, Bill pensó: "Me mira como si pensara que he
                estado fumando de lo que usan los músicos de jazz para colocarse."
                   --Sí, tengo in-interés en e-e-e...
                   ("el poste tosco y recto")
                   --¿El poste de la barbería?
                   Los ojos del propietario mostraban algo que Bill, aun en su confusión, recordaba
                y odiaba desde su niñez: la inquietud de la persona que debe escuchar a un
                tartamudo, la necesidad de precipitarse a terminar el pensamiento para que el
                pobre tío se calle. "¡Pero yo no tartamudeo! ¡Lo he superado! ¡No tartamudeo.
                maldita sea!"
                   ("e insiste, infausto")
                   Tenía las palabras tan claras en la mente como si alguien las estuviera
                pronunciando allí, como si fuera un hombre poseído por los demonios en los
                tiempos bíblicos: un hombre invadido por una presencia desconocida. Sin
                embargo, reconoció la voz y supo que era la suya. Sintió que el sudor le brotaba,
                caliente, en la cara.
                   --Podría hacerle
                   ("ha visto los espectros")
                   una oferta por ese poste -estaba diciendo el propietario-. Para serle franco, se lo
                dejaría a ciento setenta y cinco, ¿qué le parece? Es la única antigüedad auténtica
                que tengo por aquí.
                   ("poste")
                   --"Poste" -repitió Bill, casi vociferando. El propietario retrocedió un paso-. No es
                el "poste" lo que me interesa.
                   -¿Se siente bien, señor? -Su tono solícito quedaba desmentido por la dura
                cautela de sus ojos.
                   Bill notó que apartaba la mano izquierda del escritorio y comprendió, con un
                destello de razonamiento inductivo, no intuición, que había un cajón abierto fuera
                de su vista y que el hombre tenía la mano sobre una pistola. Quizá le preocupaban
                los asaltos; quizá tenía miedo, simplemente. Después de todo, su homosexualidad
                era evidente y ésa era la ciudad en que unos delincuentes juveniles habían dado a
                Adrian Mellon un baño mortal.
                   ("castiga, exhausto, el poste tosco y recto, e insistente, infausto, que ha visto los
                espectros")
                   Eso alejaba cualquier otro pensamiento. ¿De dónde había salido?
                   ("castiga")
                   Una y otra vez.
                   Con un esfuerzo súbito, Bill lo atacó. Lo hizo obligando a su cerebro a traducir la
                frase extraña al francés. Era lo mismo que le había ayudado a derrotar el
                tartamudeo en su adolescencia. Mientras las palabras marchaban por su
                conciencia, las iba cambiando... y de pronto sintió que se aflojaba la trampa del
                tartamudeo.
                   Se dio cuenta de que el propietario acababa de decir algo.
                   --¿C-c-cómo dice?
                   --Dije que, si piensa tener una crisis, tendrá que ser en la calle. No necesito esa
                clase de mierda aquí dentro.
                   Bill aspiró profundamente.
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