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realidad, ¿quería las respuestas? Tras la muerte de Georgie, aquella casa se
había vuelto fría. De cualquier modo, lo que él buscaba con su, retorno a Derry,
fuera lo que fuese, no estaba allí.
Así que siguió hasta la esquina y giró a la derecha, sin mirar atrás.
Pronto se encontró en Kansas Street rumbo al centro otra vez. Se detuvo por un
rato ante la cerca que bordeaba la acera para contemplar Los Barrens. La cerca
era la misma: madera desvencijada cuya pintura blanca se estaba borrando. Y Los
Barrens parecían estar igual... más salvajes, tal vez. Las únicas diferencias
visibles eran un largo puente que cruzaba sobre el enmarañado verdor (la
extensión de la autopista) y la desaparición de la sucia humareda que siempre
había indicado el sitio del vertedero municipal reemplazado por una moderna
planta de procesamiento de desperdicios. Todo lo demás estaba tan igual como, si
él lo hubiera visto el verano anterior: hierbas y matojos que descendían hacia esa
zona plana, pantanosa y a densos bosquecillos de arbustos achaparrados a la
izquierda. Vio los cañaverales que ellos llamaban bambúes, cuyos tallos plateados
alcanzaban tres y cuatro metros de altura. Recordó que Richie, cierta vez, había
tratado de fumar de eso, asegurando que era como lo que fumaban los músicos
de jazz y que estimulaba. Sólo había conseguido ponerse enfermo.
Bill oía el rumor del agua que corría en multiples arroyuelos, mientras el sol se
reflejaba en la amplia extensión del Kenduskeag. Y el olor era el mismo, aun
desaparecido el vertedero. El denso perfume de la vegetación, en lo más
acentuado del crecimiento primaveral, no llegaba a disimular el hedor de los
desechos humanos, leves pero inconfundibles. Olor a corrupción: un vaho del
mundo subterráneo.
"Aquí es donde acabó todo aquella vez y donde ahora -pensó con un
estremecimiento-. Aquí dentro... bajo la ciudad."
Se detuvo por un rato convencido de que debía ver algo, alguna manifestación
del mal que iban a combatir. No había nada. Oía correr el agua, un sonido lleno de
vida, primaveral, que le hizo pensar en el dique construido allá abajo. Los árboles
y los arbustos ondulaban ante la leve brisa. No había nada más. Siguió
caminando, sacudiéndose el polvo blanco de las manos.
Continuó camino del centro, medio recordando, medio soñando, hasta que
apareció otra criatura. Esa vez era una niña de unos diez años con pantalones de
pana y blusa roja desteñida. Iba haciendo rebotar una pelota con una mano y en la
otra llevaba una muñeca cogida por el pelo rubio.
--¡Oye! -dijo Bill.
Ella levantó la mirada.
--¿Qué?
--¿Cuál es la mejor tienda de Derry?
Ella lo pensó por un momento.
--¿Para mí o para cualquiera?
--Para ti -dijo Bill.
--Rosa de Segunda Mano, Ropas de Segunda Mano -dijo ella sin vacilar.
--¿Cómo has dicho?
-¿Eh?
--Preguntaba si eso era el nombre de una tienda.