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tiempo. La sintió flotar sobre aguas quietas y sombrías, y tal vez repetirse
                simultáneamente desde cien desagües diferentes en otras partes de la ciudad.
                   --Si no sales, iremos a buscarte.
                   Esperó la respuesta, nervioso, agachado y con las manos entre los muslos,
                como, un "catcher" entre dos jugadas. No hubo contestación.
                   Iba a incorporarse cuando una sombra cayo sobre él.
                   Bill levantó la vista, listo para cualquier cosa... pero, era sólo un niño, tal vez de
                diez u once años. Llevaba pantaloncitos desteñidos de "boy scout" que exhibían
                sus rodillas llenas de costras. Tenía un helado en una mano y en la otra una tabla
                de patinar casi tan maltratada como sus rodillas. El polo era naranja fosforescente.
                La tabla era verde fosforescente.
                   --¿Usted habla con las cloacas, señoro? -preguntó el niño.
                   --Sólo cuando estoy en Derry -dijo Bill.
                   Se miraron con solemnidad, por un momento, y luego rompieron a reír al mismo
                tiempo.
                   --Quiero hacerte una p-p-pregunta estúpida -dijo Bill.
                   --Diga.
                   --¿Has oído algo en alguna de éstas?
                   El chico miró a Bill como si lo considerara chiflado.
                   -E-está bien -dijo él-, dejémoslo a-a-así.
                   Siguió caminando; se había alejado diez o doce pasos, colina arriba, con la vaga
                idea de echar un vistazo a su antigua casa, cuando el niño lo llamó:
                   --¿Señor?
                   Bill se volvió. Llevaba la chaqueta deportiva enganchada en un dedo y echada
                sobre el hombro, el cuello desabrochado y la corbata floja. El niño lo observó con
                atención, como si lamentara su decisión de seguir hablando. Por fin se encogió de
                hombros, como si pensara: "Bah, al infierno."
                   --Sí, he oído algo.
                   --¿Sí?
                   --Sí.
                   --¿Qué decía?
                   --No sé. Era un idioma extranjero. Lo oí en una de esas estaciones de bombeo,
                que hay en Los Barrens, esas que parecen tubos que salen del suelo.
                   --Si, ya sé a qué te refieres. ¿Lo que oíste era un chico?
                   --Al principio era un chico; después parecía un hombre. -El niño, hizo una pausa-
                . Me dio miedo. Corrí a casa y se lo dije a mi padre. Él dijo que debía ser un eco o
                algo así, que venía por las tuberías desde alguna casa.
                   --¿Y crees que era eso?
                   El chico sonrió con simpatía.
                   --En mi "Créase o no", de Ripley, leí que un tipo sacaba música de sus dientes.
                Música de radio. Sus empastes eran como radios pequeñitas. Creo que, si me creí
                eso, puedo creer cualquier cosa.
                   --A-ajá -dijo Bill-. Pero esto, ¿lo crees?
                   El chico sacudió la cabeza con desgana.
                   --¿Alguna vez volviste a oír esas voces?
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