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que representaba a Buddy Holly. Tenía una escarapela en una de las estrechas
solapas de su chaqueta a cuadros. Rezaba: "Rock-show "todos muertos"".
Una de las patillas de sus gafas estaba reparada con cinta adhesiva.
El pequeño lloraba histéricamente; el padre se lo llevaba rápidamente hacia el
centro, en brazos, pero dio un amplio rodeo al pasar cerca de Richie.
Richie siguió caminando
("que las piernas no me fallen")
tratando de no pensar en
("escucharemos todos los éxitos")
lo que acababa de pasar. Sólo quería pensar en la triple medida de whisky que
tomaría en el bar del Town House antes de echarse a dormir la siesta.
La idea de una copa, una de la inofensiva variedad doméstica, lo hizo sentir
mejor. Miró sobre el hombro una vez más y el hecho de que Paul Bunyan
estuviera otra vez allí, sonriendo al cielo, con el hacha de plástico al hombro, lo
hizo sentir mejor aún. Empezó a apretar el paso poniendo distancia entre él y la
estatua. Hasta empezaba a pensar en que todo hubiera sido una alucinación
cuando el dolor volvió a herirle los ojos, profundo e insoportable, haciéndole dar un
grito ronco. Una chica bonita que iba caminando delante de él con la vista perdida
en las nubes, soñadora, se volvió a mirarlo y, tras una momentánea vacilación, se
acerco apresuradamente.
--¿Se siente bien, señor?
--Son mis lentillas -dijo él con voz tensa-, mis malditas lentillas. ¡Oh, cómo duele!
Levantó los dedos tan deprisa que estuvo a punto de metérselos en los ojos.
Mientras bajaba los párpados, pensó: "No voy a poder parpadear para
sacármelos, eso es lo que va a pasar, no voy a poder y seguirá doliendo, doliendo,
doliendo, hasta que me quede ciego, ciego, ci..."
Pero un parpadeo bastó, como siempre. El mundo nítido y definido, donde los
colores se mantenían dentro de los límites y las caras eran claras, obvias, cayó.
En su lugar aparecieron grandes borrones de color pastel. Y aunque la chica lo
ayudó a buscar en la acera durante casi quince minutos, ninguno de los dos pudo
encontrar siquiera una lentilla.
En el fondo de su mente, Richie creyó oír la risa del payaso.
5. Bill Denbrough ve un fantasma.
Esa tarde, Bill no vio a Pennywise... pero sí vio un fantasma. Un fantasma de
verdad. Así lo creyó entonces y ningún acontecimiento subsiguiente le hizo
cambiar de opinión.
Había subido por Witcham Street y se detuvo un rato junto a la boca de tormenta
donde George había encontrado su fin aquel lluvioso día de octubre de 1957. Se
puso en cuclillas para mirar hacia dentro de aquella boca, abierta en la piedra del
bordillo. El corazón le palpitaba.
--Eh, ¿por qué no sales? -dijo en voz baja.
Y tuvo la idea, no muy descabellada, de que su voz flotaba por pasillos oscuros
y chorreantes sin apagarse, alimentándose de sus propios ecos, rebotando en las
paredes de piedra musgosa y en la maquinaria, muerta desde hacía mucho