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hacía falta pagar una entrada de cine cuando salía más barato un diario y gratis un
informativo radiofónico? Y quien puede creer en monstruos como Jim Jones, bien
podía creer en la variedad propuesta por Mike Hanlon al menos por un tiempo.
Hasta podía decirse que "Eso" tenía su propio y lamentable encanto, pues venía
del "exterior" y nadie era responsable de él. Rich podía creer en un monstruo con
tantas caras como máscaras de goma en una tienda de novedades, al menos en
teoría. Pero una estatua de plástico de seis metros que bajase de su pedestal y
tratase de cortarlo a uno con un hacha de plástico... Eso ya era demasiado. Y tal
como había dicho Abraham Lincoln, Sócrates o alguno de ésos, uno puede
tragarse muchas cosas, pero otras no. No sólo porque...
Otra vez el agudo aguijonazo en los ojos, sin previo aviso, arrancándole un grito
espantado. Ése fue peor: más mondo y más prolongado. Lo aterrorizó. Se cubrió
los ojos con las manos y buscó, instintivamente, el párpado inferior con la
intención de sacarse las lentillas. "Tal vez sea una especie de infección. ¡Pero
cómo duele, por Dios!"
Tiró de los párpados hacia abajo. Estaba listo para parpadear, con el gesto
practicado que haría saltar las lentillas (y pasaría los quince minutos siguientes
buscándolas a tientas entre la grava, pero a quién le importaba, si en ese
momento sentía clavos en los ojos) cuando el dolor desapareció. No fue cediendo
poco a poco: desapareció de un momento a otro. Sus ojos lagrimearon por un
instante.
Bajó lentamente las manos, con el corazón galopándole en el pecho; estaba listo
para quitárselas en el momento en que el dolor volviese a comenzar. No hizo falta.
Y de pronto se descubrió pensando en la única película de terror que lo había
asustado de verdad, cuando era niño, tal vez por todo lo que le habían fastidiado
por sus gafas y por lo mucho que sufría en su vista. Esa película había sido "The
crawling eye" con Forrest Tucker. No era muy buena. Los otros se habían
desternillado, pero Richie no. Richie había quedado frío, blanco y mudo sin una
sola de sus voces a la que recurrir mientras ese ojo gelatinoso salía de la niebla
londinense prefabricada en el plató, haciendo ondular sus tentáculos fibrosos. En
la visión de aquel ojo habían tomado cuerpo cien temores e inquietudes no del
todo comprendidos. Una noche, poco después, había sonado que se miraba al
espejo y clavaba un largo alfiler lentamente en el iris negro de su ojo, sintiendo la
resistencia entumecida y acuosa que se llenaba de sangre. Recordaba (ahora lo
recordaba) que, al despertar, había encontrado la cama orinada. Y la mejor señal
de lo horroroso que había sido el sueño era el hecho de no haberse avergonzado
ante esa indiscreción nocturna: con alivio, había abrazado la tela mojada
bendiciendo la realidad de su vista.
--Al cuerno -dijo Richie Tozier, en voz baja y no muy firme.
Y se levantó para irse.
Volvería al Town House para dormir una siesta. Si ésa era la calle del Recuerdo,
prefería las autopistas de Los Angeles en las horas punta. El dolor de sus ojos
debía ser un síntoma de su cansancio más la tensión de encontrarse con el
pasado de improviso, en una sola tarde. Basta de golpes, basta de explorar. No le
gustaba el modo en que su mente resbalaba de un tema a otro. Ya se había
horrorizado bastante. Era hora de dormir un poco y tomar cierta distancia con
respecto a las cosas.