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de Arnie Ginsberg
Jerry Lee Lewis
The Penguins
Frankie Lymon y los Teenagers
Gene Vincent y los Blue Caps
Freddy "Boom-Boom" Cannon
28 de marzo
¡Una noche inolvidable!
Era un espectáculo que Richie tenía muchas ganas de ver, pero sabía que no
contaba con la menor posibilidad. Para su madre, una fiesta de sano
entretenimiento no incluía a Jerry Lee Lewis diciendo a los jóvenes de América
que tenemos una polla en el galpón, qué galpón, cuál galpón, mi galpón. Tampoco
incluía a Freddy Cannon, cuya chica de Tallahassee tenía un chasis de alta
fidelidad. Estaba dispuesta a admitir que, en sus tiempos de adolescente, se había
dejado la garganta frente a Frank Sinatra. pero, tal como, la madre de Bill
Denbrough, no quería saber nada con el rock and roll. Chuck Berry la aterrorizaba;
también declaraban que Richard Penniman, más conocido por sus votantes
adolescentes con el apodo de "Little Richard", le daba ganas de "ladrar como una
gallina".
Frase de la que Richie nunca había pedido traducción.
Su padre era neutral con respecto al rock and roll, a él quizá habría podido
convencerlo, pero en el fondo Richie sabía que se impondrían los deseos de su
madre, al menos hasta que él tuviese dieciséis o diecisiete años. Y por entonces,
según la firme convicción de su madre, la locura del rock and roll habría quedado
atrás.
Richie estaba seguro de que Danny y los Juniors tenían más razón que su
madre al respecto: el rock and roll no moriría jamás. Por una parte, lo adoraba,
aunque sus fuentes eran sólo dos: "Bandas de América" por el canal 7, por la
tarde, y la WMEX de Boston por la noche, cuando el éter se aligeraba y la voz
ronca, entusiasta, de Arnie Ginsberg ondulaba como la voz de un espíritu
convocado en una sesión de espiritismo.
El ritmo no se limitaba a hacerle feliz: le hacía sentir más grande, más fuerte,
más "presente". Cuando Frankie Ford cantaba "Sea Cruise" o Eddie Cochran
"Summertime Blues", Richie se sentía realmente transportado de alegría. En esa
música había potencia, una potencia que parecía pertenecer, por derecho propio,
a todos los chicos flacuchos, gordos, feos, tímidos... los perdedores del mundo. Se
percibía en él un voltaje loco, frenético, que podía matar y exaltar. Idolatraba a
Fats Domino (junto a quien el mismo Ben Hanscom parecía delgadito) y a Buddy
Holly, que llevaba gafas como él mismo, y a Screaming Jay Hawkins, que en sus
conciertos salía de un ataúd (así le habían contado), y a los Dovells, que bailaban
tan bien como si fuesen negros.
Bueno, "casi" tan bien.
Algún día escucharía todo el rock and roll que se le antojase; estaba seguro de
que el rock estaría esperándole cuando su madre cediese por fin. Pero eso no
sucedería el 28 de marzo de 1958... ni en el 1959, ni...