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monstruosidad, la haría volar. Richie, sonriendo, se preguntó si le habrían
renovado el contrato.
La controversia (que él reconocía ahora como típica de ciudad pequeña, una
tempestad en un vaso de agua) duró seis meses, aunque carecía de importancia,
naturalmente, porque la estatua ya había sido comprada. Aún si el Concejo
Municipal hubiera decidido algo tan aberrante (sobre todo, tratándose de Nueva
Inglaterra) como no utilizar un objeto en el que se habla invertido dinero, ¿dónde
cuernos iban a guardarla? Por fin, la estatua, moldeada en alguna planta de
plásticos de Ohio, fue puesta en su lugar, aún envuelta en una lona tan grande
que habría podido servir de vela a un clíper. Se la descubrió el 13 de mayo de
1957, sesquicentenario del municipio. Una facción emitió previsibles gemidos de
ira; la otra, gemidos de embeleso igualmente previsibles.
Aquel día, al ser descubierto, Paul lucía un mono y una camisa a cuadros rojos y
blancos. Su barba era espléndidamente negra, espléndidamente poblada,
espléndidamente leñadora. Apoyada contra un hombro, llevaba su hacha de
plástico, sin duda la mejor hacha de plástico; sonreía a los cielos septentrionales
que ese día eran tan azules como, la piel de su famoso compañero; sin embargo,
"Babe" no estaba presente en la ceremonia; el costo calculado de agregar a la
estatua un buey azul se había considerado prohibitivo.
Los niños que asistieron a la ceremonia (había cientos, entre ellos Richie Tozier,
de diez años, en compañía de su padre) quedaron fascinados ante el gigante de
plástico. Los padres levantaban a los más pequeños hasta el pedestal para
tomarles fotos; después observaban, entre divertidos y temerosos, a los niños que
trepaban y se arrastraban, riendo, sobre las enormes botas negras de Paul
(corrección: las enormes botas negras de plástico).
Fue en marzo del año siguiente cuando Richie, exhausto y aterrorizado, acabó
en uno de los bancos situados frente a la estatua, después de eludir. por
estrechísimo margen, a los señores Bowers, Criss y Huggins en una persecución
que partió desde la escuela primaria municipal, cruzando la mayor parte del centro
de la ciudad. Por fin los había esquivado en la juguetería de Freese.s.
La sucursal de esa gran tienda era poca cosa, comparada con la de Bangor,
pero Richie no estaba para preocuparse por esas nimiedades; por entonces era
cuestión de encontrar cualquier puerto en la tormenta. Henry Bowers venía
pisándole los talones y, por entonces, él empezaba a flaquear lastimosamente.
Como último recurso, se zambulló en la puerta giratoria de la tienda. Henry, que
parecía no entender las leyes físicas de ese artefacto, estuvo a punto de perder el
extremo de los dedos en un intento por atrapar a Richie, que pasaba al interior del
negocio.
Voló por la escalera hacia abajo, con los faldones de la camisa ondeando,
mientras la puerta giratoria dejaba oír una serie de ruidos casi tan fuertes como
disparos; comprendió que "Larry, Moe y Curly" aún lo seguían. Mientras bajaba
hacia el primer sótano, reía pero era sólo a causa de los nervios: estaba tan
aterrorizado como un conejo en una trampa. Aquellos tres mamones tenían toda la
intención de darle una buena paliza. (Richie no tenía idea de que, unas diez
semanas después, consideraría a ese grupo y a Henry en especial, capaces de
cualquier cosa cercana al asesinato; sin duda se habría puesto lívido de terror si
hubiera previsto la apocalíptica pelea a pedradas de julio, momento en que hasta