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Giró en redondo, con el pelo rojo ondeando contra su cara. Su padre venía
tambaleándose por el pasillo, con el vestido negro de la bruja y su camafeo de
calavera; en la cara le pendía la carne blanda, negros los ojos como la obsidiana,
las manos abriéndose y cerrándose. la boca sonriendo con baboso fervor.
--Te pegaba porque quería Follarte, Bevvie, eso era lo único que quería. Quería
Follarte, quería Comerte, quería comerte el conejito, quería chuparte el clítoris,
"ñam-ñam", Bevvie, ooohhh... Quería ponerte en una jaula... y calentar el horno...
y sentirte el coño, tu coño gordito y cuando estuviese bien gordito, comer...
comer... "comer"...
Aullando, Beverly tiró del pegajoso pomo y huyó al porche decorado con praliné
y suelo de chocolate duro. Lejos, vagamente, como, nadando en su campo visual,
los coches iban y venían; una mujer salió de Costello.s empujando un carrito
cargado de provisiones.
"Tengo que salir de aquí -pensó-. Allá fuera está la realidad, con que sólo pueda
llegar a la acera..."
--Correr no te servirá de nada, Bevvie -dijo su padre, riendo-. Hemos esperado
mucho tiempo por esto. Nos vamos a divertir. Vamos a llenarnos la barriga.
Ella volvió a mirar hacia atrás. Su difunto padre ya no lucía el vestido negro de
bruja sino el traje de payaso de grandes botones naranja. Y una gorra de mapache
al estilo de 1958, cuando Fess Parker las popularizó con la película de Disney
sobre David Crockett. En una mano sujetaba un manojo de globos. En la otra, la
pierna de una criatura, como si fuera una pata de pollo. Cada globo tenía una
leyenda escrita: "eso vino del espacio exterior".
--Di a tus amigos que soy el último de una raza agonizante -dijo, con aquella
sonrisa hundida, mientras avanzaba a tropezones por los peldaños del porche,
siguiéndola-. Unico superviviente de un planeta moribundo. He venido a robar a
todas las mujeres... a violar a todos los hombres... y a aprender cómo se baila el
twist.
Comenzó a retorcerse como un loco, con los globos en una mano, y la
sangrante pierna amputada en la otra. El traje de payaso flameaba, pero Beverly
no sentía el viento. Sus piernas se enredaron, haciéndola caer al pavimento con
las manos tendidas para frenar el golpe. El impacto le subió hasta los hombros. La
mujer que pasaba con el carrito de provisiones se detuvo a mirarla, dudando, pero
luego apretó el paso.
El payaso se acercaba otra vez, arrojando a un lado, la pierna amputada. La
presa cayó al césped con un ruido indescriptible. Beverly sólo, permaneció un
instante en la acera, segura, en el fondo, de que despertaría pronto, de que eso no
era real, de que era un sueño, sin duda...
Comprendió que no era así un momento antes de que las garras torcidas del
payaso la tocaran. Era real; podía matarla. Tal como había matado a los niños.
--¡Los grajos conocen tu verdadero nombre! -le gritó de pronto.
"Eso" retrocedió y ella tuvo la impresión de que la sonrisa de sus labios, dentro
de la gran sonrisa roja pintada alrededor, se convertía en una mueca de odio y
dolor... y tal vez de miedo. Quizá fuera sólo su imaginación; por cierto, ella no
tenía idea de por qué había dicho semejante locura, pero le dio un segundo de
tiempo.