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Su modo de hablar se parecía un poco al de Yoda en "El imperio contraataca" y
                Beverly tuvo nuevamente ganas de reír. ¿En qué otro momento había
                experimentado los mismos cambios bruscos de emociones? En verdad, no
                recordaba cuándo... pero tenía el horrible presentimiento de que lo haría muy
                pronto.
                   --Él alquiló el apartamento de la planta baja antes que yo. Nos vimos por unos
                días, él yendo y yo viniendo. Se cambió a Roward Lane. ¿Conoce el pasaje?
                   --Sí -dijo Beverly.
                   Roward Lane se abría en esa misma calle, a cuatro manzanas de distancia; allí,
                los edificios de apartamentos eran mas pequeños y aun mas ruinosos.
                   --Yo solía verlo en el mercado de la avenida Costello, a veces -dijo la señora
                Kersh-; también en la lavandería, antes de que la cerraran. De vez en cuando
                cambiábamos unas palabras. Yo... oh, está muy pálida. Lo siento. Pase y le
                serviré un té.
                   --No se preocupe -dijo Beverly, débilmente.
                   Pero en realidad se sentía pálida, como un vidrio empañado a través del cual
                casi era imposible mirar. No le vendría mal un té y una silla.
                   --No es ninguna molestia -dijo la señora Kersh, cálidamente-. Es lo menos que
                puedo hacer, después de haberle dado una noticia tan desagradable.
                   Antes de que pudiera protestar, Beverly se encontró en su viejo apartamento,
                que ahora parecía mucho más pequeño pero bastante seguro. Seguro,
                probablemente, porque casi todo estaba cambiado. en vez de la mesa de fórmica
                rosa con sus tres sillas, había una pequeña mesa redonda, no mucho más grande
                que una mesita rinconera, con flores de tela en un florero de arcilla. En vez de la
                vieja nevera Kelvinator, con su motor redondo encima (su padre vivía luchando
                con él para mantenerlo en funcionamiento), se veía una Frigidaire de color cobrizo.
                La cocina era pequeña pero parecía suficiente. En las ventanas pendían cortinas
                azul intenso; detrás de los vidrios asomaban tiestos con flores. El suelo, de linóleo
                cuando ella era niña, había sido devuelto a la madera original que, tras muchas
                aplicaciones de cera, tenía un brillo maduro.
                   La señora Kersh apartó la vista de las hornallas donde estaba poniendo agua a
                calentar.
                   --¿Usted creció en esta casa?
                   --Sí -dijo Beverly-, pero ahora se la ve muy distinta, tan limpia y elegante... ¡Es
                una maravilla!
                   --Qué amable es -comentó la señora Kersh y la sonrisa la rejuveneció-. Tengo
                algo de dinero, ¿comprende? No es gran cosa, pero con mi jubilación vivo a gusto.
                Cuando era joven vivía en Suecia. Vine a este país en 1920, a los catorce años,
                sin dinero. Es la mejor manera de aprender el valor del dinero, ¿no le parece?
                   --Sí -dijo Bev.
                   --Trabajaba en el hospital -dijo la señora Kersh-. Muchos años, desde 1925
                trabajé allí. Llegué a ecónoma en jefe. Tenía todas las llaves. Mi esposo invirtió
                nuestro dinero muy bien. Ahora he llegado a un pequeño puerto. Eche un vistazo a
                la casa, señorita, mientras hierve el agua.
                   --No, no podría...
                   --Por favor. Todavía me siento culpable.
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