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Giraban y flameaban en el aire inmóvil; Eddie tuvo que agachar la cabeza para
                esquivar una. De pronto, a un tiempo, se asentaron en sus sitios de costumbre
                levantando pequeñas nubes de polvo: meta, primera base, segunda, tercera.
                   Jadeando, Eddie corrió más allá de la meta, con los labios apretados y el rostro
                blanco como queso crema.
                   ¡"Wac"! El ruido de un bate al golpear una pelota fantasma. Y entonces...
                   Eddie se detuvo, con las piernas ya sin fuerzas y un gruñido en los labios. La
                tierra se abultaba en línea recta, desde la meta a la primera base, como si un topo
                gigantesco estuviera excavando rápidamente un túnel apenas bajo la superficie de
                la tierra. A cada lado rodaba la grava. La forma bajo la tierra llegó a la base y la
                lona voló por el aire con tanta fuerza que emitió un chasquido como el que hacen
                los limpiabotas cuando se sientan bien y sacuden el paño. La tierra empezó a
                abultarse entre la primera y la segunda base, cada vez a más velocidad. La
                segunda base voló por el aire con un sonido similar. Apenas había vuelto a
                aposentarse cuando la forma subterránea había llegado a la tercera y corría hacia
                la meta.
                   También la meta voló, pero antes de que la lona pudiera descender, aquella
                cosa asomó de la tierra como un horrible regalo de cumpleaños. Y la cosa era
                Tony Tracker; su rostro era una calavera a la cual aún se aferraban algunos trozos
                de carne ennegrecida. Su camisa blanca era un amasijo de hebras podridas.
                Asomó de la tierra en la meta, hasta la cintura, meciéndose como un grotesco
                gusano.
                   --Puedes apretar ese bate todo lo que quieras -dijo Tony Tracker con voz
                arenosa, chirriante. Sus dientes sonreían con lunática familiaridad-. Da igual; ya te
                atraparemos. A ti y a tus amigos. ¡Y jugaremos!
                   Eddie lanzó un chillido y retrocedió, tropezando. Había una mano en su hombro.
                La esquivó. La mano ejerció presión por un momento, antes de retirarse. Eddie se
                volvió. Era Greta Bowle. Estaba muerta. Le faltaba la mitad de la cara. En la roja
                carne restante reptaban los gusanos. Tenía un globo verde en una mano.
                   --Accidente de coche -dijo con la mitad reconocible de la boca, y sonrió. La
                sonrisa provoco un indecible sonido de desgarramiento, y Eddie vio moverse
                tendones como terribles correas-. Yo tenía dieciocho años, Eddie. Borracha y llena
                de droga. Aquí estamos tus amigos, Eddie.
                   Él retrocedió apartándose de ella con las manos delante de la cara. Greta
                caminó hacia él. En sus piernas se había secado la sangre en largas salpicaduras.
                Llevaba mocasines.
                   Y en ese momento, detrás de ella, vio el horror definitivo: Patrick Hockstetten
                avanzaba hacia él, cruzando el terreno. También él lucía el equipo de los
                Yankees.
                   Eddie echó a correr. Greta le lanzó otro manotazo desgarrándole la camisa y
                salpicándole un liquido horrible detrás del cuello. Tony Tracker estaba saliendo de
                su cueva de topo humano. Patrick Hockstetter tropezaba y se tambaleaba. Eddie
                echó a correr sin saber de dónde sacaba aliento para hacerlo, pero corrió de todos
                modos. Y mientras corría vio unas palabras flotando frente a sí, las mismas que
                había visto impresas en el globo verde de Greta Bowie:

                   "Los medicamentos para el asma producen cáncer de pulmón.
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