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depresión sin grava) hasta salir del rombo. Se detuvo por un instante, sorprendido
por el silencio; luego siguió caminando hasta la cerca. Estaba más herrumbrada
que nunca y cubierta por una fea planta trepadora, pero, seguía allí. Al otro lado se
veía el descenso del suelo, agresivamente verde.
Los Barrens se parecían más que nunca a una selva. Por primera vez Eddie se
preguntó por qué llamaban Barrens (áridos) a una zona de vegetación tan
enmarañada y selvática. ¿Por qué no llamarla La Espesura? ¿O La Jungla?
Barrens.
El sonido era ominoso, casi siniestro. Lo que conjuraba en la mente no era una
maraña de arbustos y árboles tan densos que debían luchar por recibir un poco de
sol, sino terrenos áridos y desiertos que se extendían interminablemente. Barrens.
Mike había dicho que todos ellos eran yermos, y parecía cierto. Ni un sólo niño,
entre los siete. Aun con la moda de la planificación familiar, resultaba un desafío a
la ley de las probabilidades.
Dejó vagar los ojos a través del ruinoso campo en forma de diamante oyendo el
ruido lejano de los coches de Kansas Street, el ruido lejano del agua corriendo y
goteando allá abajo. Podía verla brillar en el sol de primavera como destellos de
cristal. Los troncos de bambú aún estaban allí, en medio del verde. Más allá, en
los terrenos cenagosos que bordeaban el Kenduskeag, había, supuestamente,
arena movediza.
"Allá abajo, en ese revoltijo, pasé los días más felices de mi niñez, pensó,
estremecido.
Estaba por gritar sobre sus talones cuando algo le llamó la atención: un cilindro
de cemento con una pesada tapa de acero. Agujeros Morlock los llamaba Ben,
riendo con la boca pero no con los ojos. Llegaban casi a la cintura (si uno era niño)
y en la tapa se leía "Dpto. De Obras Publicas de Derry", en relieve metálico,
formando un semicírculo. Y muy adentro se oía un zumbido. Algún tipo de
maquinaria.
"Agujeros Morlock. Allí fuimos. A finales de agosto. Entramos por uno de esos
agujeros Morlock, como les decía Ben, en las cloacas, pero al cabo de un rato ya
no eran cloacas. Eran... eran... ¿qué? Allá abajo estaba Patrick Hockstetter. Antes
de que "Eso" se lo llevara, Beverly le vio hacer algo malo, que la hizo reír, pero
sabia que era malo. Tenía algo que ver con Henry Bowers, ¿no? Sí, creo que sí.
Y..."
Giró súbitamente en redondo y echó a andar hacia el abandonado garaje. No
quería seguir contemplando Los Barrens. No le gustaban los pensamientos que
conjuraban. Quería estar en su casa, con Myra. No quería estar allí. Él...
-¡Cógela, chico!
Giró hacia la voz. Una especie de pelota venia sobre el alambrado directamente
hacia él. Rebotó en la grava. Eddie alargó una mano y la cogió. En su acto reflejo,
el movimiento fue tan pulcro que resultó casi elegante.
Cuando miró lo que tenía en la mano, todo en él pareció aflojarse. En otros
tiempos había sido una pelota de béisbol. Ahora era sólo una esfera envuelta en
cordel porque la cubierta se había desprendido de un golpe. Se veía el cordel
suelto, colgando, que pasaba sobre la cerca, como, un hilo de telaraña, y
desaparecía en Los Barrens.
"Dios -pensó Eddie-. Dios, está aquí. "Eso" está aquí, conmigo, "ahora"."