Page 382 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 382
"Sí -pensó, caminando sin rumbo fijo por Kansas Street-, debería haber ido a
Broadway Oeste para contemplar otra vez aquellas casas... la de los Mueller, la de
los Bowie, la del doctor Hale, la de los Tracker..."
Ante ese último apellido sus pensamientos se interrumpieron abruptamente,
porque... ¡hablando del demonio!, allí estaba, frente al garaje de camiones de
Tracker Hnos.
--Todavía sigue aquí -pensó Eddie en voz alta y se echó a reír-. ¡Qué cabrón!
Phil y Tony Tracker, dos solterones de toda la vida, tenían en Broadway Oeste la
casa más hermosa de las de esa calle: una impecable mansión victoriana, con
verdes prados y grandes canteros de flores que se alborotaban (a la manera
ordenada de un jardín inglés) durante la primavera y el verano. Cada otoño se
sellaba la carretera de entrada, para que estuviera siempre negra como un espejo
oscuro. Las tejas del tejado de aguas tenían el verde perfecto de la menta que
coincidía casi con el del prado; a veces la gente se detenía a fotografiar las
ventanas de la buhardilla, muy antiguas y notables.
--Cuando dos hombres se toman el trabajo de mantener tan bien una casa,
tienen que tener malas costumbres -había dicho una vez la madre de Eddie, con
expresión gruñona, sin que el chico se atreviera a pedir aclaraciones.
El garaje de camiones era el polo opuesto de la casa. Era una estructura de
ladrillos, de poca altura. Los ladrillos estaban viejos y en algunas partes se
desmoronaban con su tono naranja sucio pasando a negro hollín en la parte
inferior del edificio. Las ventanas estaban uniformemente mugrientas, excepto un
pequeño círculo abierto en la parte baja de la ventana que correspondía a la
oficina del gerente. Ese vidrio, permanecía impecable gracias a los niños, porque
el gerente tenía un almanaque de "Playboy" en su escritorio. Ninguno de los
chicos que iban a jugar al béisbol en la parte trasera dejaba de detenerse a limpiar
el vidrio con su guante para contemplar la modelo del mes.
El parque estaba rodeado por una extensión de gravilla por tres lados. Los
camiones con el letrero "Tracker Hnos. Derry-Newton-Providence-HartfordNueva
York" pintado en el flanco solían estar allí, en desordenada abundancia. A veces
eran sólo cabinas o remolques, silenciosamente erguidos sobre las ruedas.
Los hermanos Tracker mantenían los camiones en la parte trasera del edificio,
dentro de lo posible, pues ambos eran fanáticos del béisbol y les gustaba que los
chicos fueran a jugar allí. Phil Tracker conducía camiones, así que los chicos lo,
veían rara vez, pero Tony, hombre de enormes brazos y barriga, llevaba los libros
y administraba. Eddie (que nunca jugaba porque la madre lo habría matado si él
se hubiera atrevido a arriesgar sus delicados pulmones con el polvo, buscándose
fracturas, conmociones cerebrales y Dios sabía qué cosas) se acostumbró a verlo
allí. Era parte del verano; su voz constituía un elemento del juego. Tony Tracker,
fantasmagórico a pesar de su corpulencia, con la camisa blanca centelleante entre
la luz del crepúsculo y las luciérnagas, chillaba:
--¡Tienes que ponerte bajo la pelota para atajarla, Rojo! ¡No apartes los ojos de
esa pelota, Mediometro! ¡No vas a pegarle nunca si no la miras! ¡Corre, Pata de
Elefante! ¡Pon esas zapatillas en la cara del segunda base!
Nunca llamaba a nadie por su nombre. Era siempre: eh, "Rojo"; eh, "Rubio", eh,
"Cuatroojos"; eh, "Mediometro".