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--Oh, ya sé que no puedes responder -siguió Pennywise y soltó una risita-. Pero,
                casi te engañé, ¿verdad? "Disculpe, señor. ¿Tiene Tío Pepe en botella de litro...?
                ¿Sí...? Ah, ¿y por qué no lo deja salir, pobre viejo?" "Perdone, señora, ¿podría
                decirme si su nevera está andando...? ¿Sí...? Entonces le conviene vigilarla para
                que no se escape."
                   El payaso, allá arriba, echó la cabeza atrás con una carcajada chillona. Sus
                chillidos levantaron ecos en la cúpula, como una bandada de murciélagos negros.
                Ben tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para no taparse los oídos con
                las manos.
                   --Vamos, sube, Ben -llamó Pennywise-. Quiero que hablemos en terreno neutral.
                ¿Qué te parece?
                   "No voy a subir -pensó Ben-. Cuando me acerque a ti no querrás verme. Vamos
                a matarte."
                   El payaso volvió a bramar de risa.
                   --¿Matarme? ¿A mí? -Y de pronto, horriblemente, su voz fue la de Richie Tozier.
                No exactamente la de él, sino su voz de negrito-: ¡No me mate, amito, que vo. a
                se. un negro bueno! ¡No mate a este pobre negrito, amo!
                   Luego, otra vez aquella carcajada estridente.
                   Temblando, Ben cruzó el centro resonante de la biblioteca de adultos. Tenía
                náuseas. Se detuvo ante una estantería de libros y tomó uno al azar, con mano
                temblorosa. Sus dedos fríos hojearon el volumen.
                   --¡Ésta es tu única oportunidad, Ben! -clamó la voz, atrás y arriba-. Sal de la
                ciudad. Vete antes de que oscurezca. Esta noche estaré persiguiéndote... a ti y a
                los otros. Eres demasiado adulto para detenerme, Ben. Todos sois demasiado
                adultos. No conseguiréis más que morir. Vete, Ben. ¿O quieres ver esto?
                   Ben giró lentamente, siempre con el libro en las manos heladas. No quería mirar,
                pero parecía tener una mano invisible bajo el mentón, levantándole la cabeza más
                y más.
                   El payaso había desaparecido. en los alto de la escalera izquierda estaba
                Drácula, pero no un Drácula de película (no era Bela Lugosi ni Christopher Lee ni
                Frank Langella ni Francis Lederer ni Reggie Nalder), sino un anciano con la cara
                parecida a una raíz retorcida, mortalmente pálido; sus ojos eran rojos, purpúreos,
                del color de los coágulos de sangre. Cuando abrió la boca, dejó al descubierto una
                serie de hojas de afeitar, dispuestas en ángulos en sus encías; era como mirar un
                mortífero laberinto de espejos donde un solo paso en falso podría cortarlo a uno
                en dos.
                   -¡"Kiii-runch"! -aulló.
                   Y sus mandíbulas se cerraron. La sangre le manó de su boca en una inundación
                rojo-negruzca. Algunos trozos de sus labios cortados cayeron sobre la seda
                blanca de su fina camisa deslizándose por la pechera; dejaban atrás sangrientas
                huellas de caracol.
                   --¿Qué vio Stan Uris antes de morir? -preguntó el vampiro a gritos, riendo por el
                agujero ensangrentado de su boca-. ¿Vio a Tío Pepe en botella de litro? ¿A David
                Crockett, rey de la frontera salvaje? ¿Qué vio, Ben? ¿Quieres verlo tú también?
                ¿Qué vio?
                   Y otra vez la risa estridente. Ben comprendió que él también iba a gritar, sí, no
                había modo de contener el grito, iba a surgir. La sangre estaba goteando desde el
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