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--¡Chissst! -dijo alguien.
Brockhill clavó en Ben una mirada sobresaltada; parecía a punto de decir algo,
pero volvió a sus dibujos.
Ya ante el escritorio, Carole Danner le entregó una pequeña tarjeta naranja que
en la parte superior tenía un nombre impreso: "Biblioteca Pública de Derry". Ben,
asombrado, se dio cuenta de que era su primer carnet de biblioteca en su vida
adulta. El que tenía de niño había sido de color amarillo.
--¿Está seguro de que no necesita descansar, señor Hanscom?
--Me siento mejor, gracias.
--¿Seguro?
Él consiguió sonreír.
-Seguro.
-Sí, se lo ve un poco mejor -comentó ella. Pero lo dijo con vacilación, como si
comprendiera que era cortés aun sin creerlo.
Un momento después, ella puso un libro bajo el aparato de microfilmación que
se usaba para registrar los préstamos de volúmenes. Ben sintió un matiz de
diversión casi histérica. "Es el libro que tomé del estante cuando el payaso
comenzó a hablar con la voz del negrito -se dijo-. Ella creyó que yo quería retirarlo.
Acabo de retirar mi primer libro de la biblioteca de Derry, después de veinticinco
años y ni siquiera sé cómo se titula. Y no me importa. Sólo quiero salir de aquí.
Con eso basta."
--Gracias -dijo, poniéndose el libro bajo el brazo.
--No tiene nada que agradecer, señor Hanscom. ¿Seguro de que no quiere una
aspirina?
--Seguro -dijo él. Y entonces vaciló-. ¿Sabe qué fue de la señora Starrett?
Barbara Starrett. Era jefa de la biblioteca infantil. Hace tres años. Fue un ataque,
por lo que tengo entendido. Una lástima, porque era relativamente joven...
cincuenta y ocho años. El señor Hanlon cerró la biblioteca por ese día.
--Oh -dijo Ben.
Sintió que un hueco se le abría en el corazón. Eso era lo que pasaba cuando
uno volvía a su "antes era así", como dice la canción. Aunque la tarta estuviera
recubierta de dulce, lo de dentro era amargo. La gente se había olvidado de uno, o
se moría, o perdía el pelo y los dientes. A veces, uno descubría que hasta había
perdido la cabeza. Oh, era grandioso estar vivo. Claro que sí.
--Lo siento -dijo ella-. Le tenía aprecio, ¿verdad?
--Todos los chicos queríamos a la señora Starrett -dijo Ben, alarmado al sentir
las lágrimas aflorar.
--¿Se sien...?
"Si vuelve a preguntarme si me siento bien, la estrangularé."
Echó un vistazo al reloj, y dijo:
--Tengo que darme prisa, de veras. Gracias por su amabilidad.
--Que se divierta, señor Hanscom.
"Claro. Porque esta noche moriré."
Se despidió y volvió a cruzar la sala. El señor Brockhill le observó por un
instante, atento, suspicaz.