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Ben miró hacia el descansillo de la izquierda. El globo seguía flotando allí, atado
con un cordel al hierro forjado. Pero la frase impresa en su curva decía: "¡Yo maté
a Barbara Starrett! El payaso Pennywise."
Apartó la vista, sintiendo en su garganta que el pulso volvía a precipitarse. Salió
a la calle y se sorprendió al encontrarse con la luz del sol. Arriba, las nubes
comenzaban a desenredarse; un cálido sol de mayo bajaba dando a la hierba un
tono imposiblemente verde y fértil. Ben sintió que algo comenzaba a aflojarse en
su corazón. Tuvo la sensación de que en la biblioteca había dejado atrás una
carga insoportable...
Entonces miró el libro que había retirado inadvertidamente y sus dientes se
apretaron con fuerza. Era "Bulldozer", de Stephen W. Meader, uno de los
volúmenes que había retirado de la biblioteca el día en que se adentró en Los
Barrens para huir de Henry Bowers y sus amigos.
Y hablando de Henry, la huella de su bota aún se veía en la cubierta.
Estremecido, torpe, le dio la vuelta. La biblioteca podía haber adoptado un
sistema microfílmico, pero aún había un bolsillo en la tapa posterior con una tarjeta
guardada dentro. En cada línea se veía un nombre escrito y el sello del
bibliotecario, indicando la fecha en que debía ser devuelto. Ben leyó lo siguiente:
Retirado: Charles N. Brown.
Fecha de devolución: 14 mayo 58.
Retirado: David Hartwell.
Fecha de devolución: 1 junio 58.
Retirado: Joseph Brennan.
Fecha de devolución: 17 junio 58.
Y en la última línea de la tarjeta, su propia firma infantil, escrita con gruesos
trazos de lápiz:
Benjamín Hanscom. 9 julio 58.
Estampado sobre esa tarjeta, sobre la solapa del libro, en el grosor de las
páginas, una y otra vez, en borrosa tinta roja que parecía sangre, se leía una sola
palabra: "Cancelado."
--Oh, Dios -murmuró Ben. No sabía qué otra cosa decir; eso parecía cubrir toda
la situación-. Oh, Dios, Dios bendito.
Se detuvo a la nueva luz del sol, preguntándose qué le estaría pasando a los
otros.
2. Eddie Kaspbrak toma un atajo.
Eddie bajó del autobús en la esquina de Kansas Street con el pasaje Kossuth.
Kossuth corría cuatrocientos metros colina abajo antes de cortarse abruptamente
allí donde la tierra desmoronada se inclinaba hacia Los Barrens. No tenía la menor
idea de por qué había escogido ese sitio para bajar del vehículo; el pasaje Kossuth
no tenía ningún significado para él. Tampoco conocía a nadie en esa parte de