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--Gracias -le dijo con una sonrisa que trató de ser tranquilizadora, y salió como si
se lo llevara el diablo.
Volvió por el corredor a la biblioteca de adultos y se acercó al escritorio
siguiendo un impulso misterioso. Pero se suponía que esa tarde era preciso seguir
los impulsos, ¿no? Seguir los impulsos y ver a dónde llevaban.
La bonita bibliotecaria se llamaba Carole Danner. Detrás de ella, Ben vio una
puerta con un panel de vidrio opaco; sobre el vidrio se leía: "Michael Hanlon-Jefe
de bibliotecarios".
--¿Puedo ayudarle? -preguntó la señorita Danner.
--Creo que sí -dijo Ben-. Es decir, eso espero. Me gustaría sacar un carnet.
--Muy bien -dijo ella, cogiendo un formulario-. ¿Está domiciliado en Derry?
--Actualmente no.
--En ese caso, ¿cuál es su dirección?
--Carretera Rural Star, 2, Hemingford Home, Nebraska. -Hizo una breve pausa,
algo divertido por la expresión de la mujer, y agregó el código postal-: cinco nueve
tres cuatro uno.
--¿Es una broma, señor Hanscom?
--No, en absoluto.
--Entonces, ¿piensa mudarse a Derry?
--No, no lo tengo pensado.
--¿No le parece que es mucho viajar para llevarse un libro en préstamo? ¿No
hay bibliotecas en Nebraska?
--Es algo sentimental -dijo Ben. En cualquier otro, momento le habría resultado
embarazoso explicar eso a una desconocida, pero descubrió que no lo era-. Crecí
en Derry, ¿sabe? He vuelto ahora por primera vez desde que era niño. Estaba
paseando, observando los cambios y las cosas que siguen iguales. Y de pronto se
me ocurrió que, por los diez años vividos aquí, entre los tres y los trece años, no
tengo una sola cosa que me los recuerde. Ni siquiera una postal. Tenía unos
dólares de plata, pero perdí uno de ellos y regalé el resto a un amigo. Supongo
que quiero un recuerdo de mi niñez. Es tarde, pero ¿acaso no dicen que es mejor
tarde que nunca?
Carole Danner sonrió. Y su bonita cara se convirtió en hermosa.
--Muy bien -dijo-. Si quiere pasar diez o quince minutos observando la biblioteca,
cuando vuelva al escritorio le tendré el carnet preparado.
--Supongo que debo pagar una tasa, por no ser de la ciudad y todo eso.
--Cuando era niño, ¿tenía carnet?
--Sí, claro. -Ben sonrió-. Exceptuando a mis amigos, creo que ese carnet de la
biblioteca era lo más importante...
De pronto, una voz llamó, cortando el silencio de la biblioteca como un bisturí.
--Ben, ¿quieres subir aquí?
Ben giró en redondo, dando un respingo culpable, como hacen todos cuando
alguien grita en una biblioteca. No vio a nadie que conociera... y un momento
después se dio cuenta de que nadie había levantado la mirada; nadie daba señal
de sorpresa o de fastidio. Los ancianos seguían leyendo sus periódicos y revistas.
En las mesas del cuarto de referencias, dos estudiantes secundarias tenían la
cabeza metida en una montaña de papeles y de fichas. Varios curiosos estudiaban
las hileras de libros señalados con el cartel "Obras de ficción contemporáneas "