Page 372 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 372
Melancólicamente divertido por el sordo dolor de la nostalgia, Ben subió los
peldaños hasta la puerta de la biblioteca para adultos; se detuvo por un momento
en la estrecha galería, justo detrás de las columnas, siempre tan alta y fresca, por
caluroso que fuera el día. Después abrió la puerta con sus herrajes y una ranura
para introducir libros y entró en el silencio.
La fuerza de los recuerdos estuvo a punto de aturdirlo al encontrarse bajo la
mansa luz de los globos luminosos. No era una fuerza física, como un golpe en la
mandíbula o una bofetada, sino esa extraña sensación de que el tiempo se dobla
sobre si mismo, la sensación de algo ya vivido. Ben la había experimentado
anteriormente, pero nunca con una fuerza tan desorientadora. Durante el par de
segundos que estuvo junto a la puerta, se sintió literalmente perdido en el tiempo,
sin estar seguro de su edad. ¿Tenía treinta, ocho, u once años?
Allí reinaba la misma quietud, quebrada sólo por algún susurro ocasional, el
golpe seco de un bibliotecario sellando libros o avisos de vencimiento de
préstamos, el discreto murmullo de las páginas al volverse. Amó la calidad de la
luz como la había amado entonces. Entraba en diagonal por las altas ventanas,
gris como ala de paloma en esa tarde lluviosa: una luz que tenía algo de
soñolienta y perezosa.
Cruzó el suelo de linóleo rojo y negro cuyo diseño estaba borrado casi por
completo, tratando, como en aquellos tiempos, de silenciar el ruido de sus pasos.
La biblioteca para adultos se elevaba en una cúpula central, donde se
amplificaban todos los sonidos.
Vio que las escaleras de hierro en caracol que llevaban a las estanterías aún
estaban allí, una a cada lado del escritorio principal que tenía forma de herradura.
Pero también vio un diminuto ascensor en forma de jaula que había sido agregado
en algún momento de los veinticinco años transcurridos desde que él se fuese con
su madre. Fue un alivio, en cierto modo: aligeraba esa sofocante sensación de
cosa ya vivida.
Se sintió como, un invasor al cruzar el amplio espacio, como un espía de otro
país. Esperaba que la bibliotecaria sentada ante el escritorio levantara la vista, lo
mirara y le diera el alto con voz clara y sonora, que haría trizas la concentración de
todos los lectores para centrarla en él. "¡Eh, usted! Sí, a usted le hablo. ¿Qué hace
aquí? ¡No tiene nada que hacer aquí! ¡Usted es forastero! ¡Es de otro tiempo!
¡Salga de aquí ahora mismo, antes de que llame a la policía!"
La bibliotecaria levantó la vista, sí; era una joven bonita; por un momento
absurdo, Ben tuvo la sensación de que la fantasía iba a hacerse realidad cuando
aquellos ojos celestes se encontraron con los de él. Pero los ojos siguieron de
largo, indiferentes, y Ben pudo volver a caminar. Si era un espía, no lo habían
descubierto.
Pasó bajo el caracol de una de aquellas escaleras de hierro forjado estrechas y
empinadas, para buscar el corredor que llevaba a la biblioteca infantil. Notó,
divertido (y sólo después de haberlo hecho) que había cruzado otro camino de su
antigua conducta: acababa de mirar hacia arriba, esperando, como cuando era
niño, ver a alguna muchacha con faldas que bajara por esos escalones.
Recordaba (ahora sí podía recordar) que cierto día, sin motivo alguno, a los ocho
o nueve años, había mirado hacia arriba, directamente bajo la falda de una bonita
estudiante de secundaria; sus ojos se toparon con una prenda interior de color