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Sus ojos volvieron al grillo y se clavaron en él. El bicho parecía estar muriendo.
Sus ojos rugosos le devolvieron la mirada, hasta que la muchacha empezó a
gemir.
--Ba-ba-basta -ordenó él, ceñudo-. Vuelve a la mesa.
--No puedo, Bill. No puedo acercarme a ese...
--¡Puedes! ¡Es p-p-preciso!
Se oyeron pasos, rápidos y ligeros, que se acercaban por el breve pasillo, al otro
lado de la cortina de cuentas. Bill miró a los otros.
--¡Todo el mundo a la mesa! ¡Hablad! ¡Como si no hubiera pasado nada!
Beverly lo miró con ojos suplicantes, pero Bill sacudió la cabeza. Tomó asiento y
acercó su silla, tratando de no mirar la galleta que había en el plato. Se había
hinchado como una ampolla inimaginable que se estuviera llenando de pus. Y aún
palpitaba lentamente. "Estuve a punto de morderla", pensó.
Eddie volvió a usar su inhalador, enviando llovizna a sus pulmones con un ruido
fino, largo, agudo.
--¿Y quién va a ganar el campeonato? -preguntó Bill, sonriendo como un
poseso.
En ese momento entró Rose, con un cortés gesto inquisitivo. Con el rabillo del
ojo, Bill vio que Bev había vuelto a la mesa. "Buena chica", pensó.
--Creo que los Bears de Chicago lo tienen bien -dijo Mike.
--¿Está todo en orden? -preguntó Rose.
--M-muy bien -replicó Bill, señalando a Eddie con el pulgar-. Nuestro amigo tuvo
un acceso de asma. Ya tomó su medicamento y está mucho mejor.
Rose miró a Eddie.
--Mejor -jadeó Eddie.
--¿Quieren que despeje la mesa?
--Dentro de un momento -dijo Mike, dedicándole una sonrisa amplia y falsa.
--¿Disfrutaron de la comida? -Los ojos de la oriental volvieron a estudiar la
mesa, con cierta duda sobrepuesta a una profunda serenidad. No vio el grillo ni el
ojo ni los dientes ni el modo en que la galleta de Bill parecía estar respirando. Su
mirada pasó también sobre la mancha de sangre.
--Todo estuvo muy bien -aseguró Beverly, sonriendo.
Fue una sonrisa más natural que la de Bill y la de Mike. Eso pareció tranquilizar
a Rose, convenciéndola de que, si algo andaba mal allí, no era culpa de su
servicio ni de su cocina. "La muchacha tiene mucha fibra", pensó Bill.
--¿Buenos presagios en las galletas de la suerte? -preguntó Rose.
--Bueno -respondió Richie-, no sé si los otros fueron buenos, pero el mío era un
regalo para la vista.
Bill oyó un imperceptible crujido. Al bajar la vista a su plato, vio que una pata
asomaba de su galleta, rascando el plato.
"Yo pude haber mordido eso", volvió a pensar. Pero mantuvo la sonrisa.
--Muy buenos -respondió.
Richie estaba observando el plato donde una gran mosca, gris oscuro, nacía
lentamente de entre los restos de la galleta entre débiles zumbidos. De la galleta
brotaba un engrudo viscoso que se acumulaba en el mantel. Por fin se percibió un
olor: el olor penetrante y espeso de las heridas infectadas.
--Bueno, si no puedo serles útil...