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Centro Municipal y me senté en un banco del parque. Y allí creí ver... pero fue sólo
                un "sueño".
                   --¿Qué fue? -preguntó Beverly.
                   --Nada -dijo Richie casi con brusquedad-. Un sueño, de veras. -Miró a Mike-.
                Pero no me molesta dar un paseo. Es un modo de pasar la tarde: recuerdos del
                viejo hogar.
                   --¿De acuerdo, entonces? -preguntó Bill.
                   Todos asintieron.
                   --Y nos reuniremos en la biblioteca, esta noche a las... ¿Qué hora sugieres,
                Mike?
                   --Las siete en punto. Si llegáis tarde, tocad el timbre. La biblioteca cierra a las
                siete en días laborables, hasta que empiezan las vacaciones escolares.
                   --A las siete -dijo Bill, recorriéndolos sobriamente con la mirada-. Id con cuidado.
                Recordad que ninguno de nosotros sabe, en realidad, lo que está haciendo.
                Consideradlo una misión de reconocimiento. Si veis algo, no peleéis: huid.
                   --Soy amante, no guerrero -dijo Richie, con la soñadora voz de Michael Jackson.
                   --Bueno, es hora de ponerse en marcha -observó Ben. Una pequeña sonrisa le
                levantó la comisura izquierda de la boca, más amarga que divertida-. No tengo la
                menor idea en este momento, de dónde puedo ir, si Los Barrens están prohibidos.
                Para mí era el mejor lugar... en compañía de vosotros. -Sus ojos pasaron a
                Beverly, se detuvieron en ella por un instante y se apartaron otra vez-. No se me
                ocurre ningún otro lugar. Probablemente pase un par de horas caminando,
                mirando edificios y mojándome los pies.
                   --Ya hallarás dónde ir, Ben -dijo Richie-. Puedes visitar alguno de los sitios
                donde comprabas comida y cargar combustible.
                   Ben se echó a reír.
                   --Mi capacidad ha disminuido mucho desde los once años. He comido tanto que
                tal vez tendréis que sacarme de aquí rodando.
                   --Bueno, estoy dispuesto -dijo Eddie.
                   --¡Un momento! -exclamó Beverly, cuando todos empezaban a retirar las sillas-.
                ¡Las galletas de la suerte! ¡No os olvidéis!
                   --Sí -dijo Richie-. Estoy viendo la mía: ""Pronto te comerá un monstruo enorme.
                Que te diviertas""
                   Mientras todos reían, Mike pasó la fuente de galletas a Richie, que cogió una y
                entregó el plato a su vecino. Bill notó que nadie abría la galleta esperando a que
                cada uno tuviera la suya. En el momento en que Beverly, aún sonriente, tomaba la
                suya, Bill sintió que se elevaba un grito a su garganta: "¡No! ¡No lo hagas! ¡Es
                parte de "Eso" déjala, no la abras!"
                   Pero era demasiado tarde. Beverly había roto su galleta, Ben estaba haciendo lo
                mismo, Eddie estaba cortando la suya con un tenedor. Un momento antes de que
                la sonrisa de Beverly se convirtiera en una mueca de horror, Bill tuvo tiempo de
                pensar: "Lo sabíamos, de algún modo. Lo sabíamos, porque nadie se limitó a
                morder la galleta, como se hace normalmente. De algún modo, una parte de
                nosotros sigue recordando... todo."
                   Y ese insensato conocimiento le resultó el más horripilante; expresaba, con más
                elocuencia que Mike, hasta qué punto "Eso" había tocado a cada uno de ellos, de
                qué modo su toque aún surtía efecto.
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