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llamó tres días después para preguntarme qué quería recibir antes: la buena
noticia o la mala.
>"Primero la buena", le dije.
>"La buena es que no hace falta ninguna operación -dijo él-. La mala es que si
se ha acostado con alguien en los últimos dos o tres años, en cualquier momento
puede caerle un juicio por paternidad."
>"¿Eso quiere decir lo que yo creo?", pregunté.
>"Eso quiere decir que usted no ha estado disparando con balas de fogueo en
estos años. Hay millones de bailarines en su muestra de esperma. Por el
momento, se le acabó el placer de montar a pelo sin preocupaciones, Richard."
>Le di las gracias y colgué. Después llamé a Sandy, a Washington.
>"¡Rich!", me dice.
De pronto, la voz de Richie se convirtió en la de esa chica a la que nadie
conocía. No era una imitación, ni siquiera un parecido; era un retrato cantado.
--"¡Qué maravilla oírte! ¿Sabes que me casé?", me dice.
>"Ah, qué bien. ¿Por qué no me avisaste? Te habría mandado una coctelera", le
digo.
>Y ella: "Siempre tan gracioso."
>Y yo le dije: "Claro, siempre tan gracioso. A propósito, Sandy: por casualidad,
no estuviste con ningún chico después de mudarte a Washington, ¿no? ¿Ni
siquiera alguna menstruación fuera de fecha o algo así?"
>"Eso no me parece nada divertido, Rich", dijo ella. Me di cuenta de que estaba
por colgar, así que le conté lo ocurrido. Ella se echó a reír, sólo que esa vez lo
hizo con ganas, como reíamos nosotros siete cuando alguien contaba un chiste.
Cuando se calmó, le pregunté qué le parecía tan divertido.
>"Es estupendo. Esta vez el chiste te lo hicieron a ti -dijo-. ¡A "Discos" Tozier,
por fin! ¿Cuántos bastardos has engendrado desde que me marché, Rich?"
>"¿Eso significa que aún no has experimentado las alegrías de la maternidad?",
le pregunté.
>"Espero para julio -me respondió-. ¿Alguna otra pregunta?"
>"Sí. ¿Cuándo cambiaste de opinión sobre lo inmoral que es traer hijos a este
mundo de mierda?"
>"Cuando encontré un hombre que no era un mierda", respondió ella, y colgó.
Bill se echó a reír. Rió hasta que le corrieron las lágrimas por las mejillas.
--Sí -dijo Richie-. Creo que se apresuró a colgar para quedarse con la última
palabra, pero hubiera podido quedarse todo el día con el auricular en la mano. Yo
sé reconocer cuándo he perdido. Una semana después volví al consultorio del
médico para preguntarle si podía aclararme un poco los porcentajes de
regeneración espontánea. Dijo que había hablado al respecto con algunos de sus
colegas. Según resultó en los tres años transcurridos entre 1980 y 1982, se
registraron veintitrés casos de regeneración espontánea. Seis de ellos resultaron,
simplemente operaciones mal hechas. Otros seis, estafas ideadas para engordar
la cuenta bancaria del médico. Por lo tanto, hubo once casos auténticos en tres
años.
--¿Once entre cuántos? -preguntó Beverly.
--Entre veintiocho mil seiscientos dieciocho -especificó Richie.
Se hizo el silencio en la mesa.