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--¿No te acuerdas?
                   --No. ¿Y tú?
                   --Casi... casi lo recordé... -Richie, entre confuso y asustado, guardó silencio.
                   --¿Quieres decir que esa cosa no es maligna? -preguntó Eddie a Mike. Miraba
                fijamente las cicatrices, como hipnotizado-. ¿Que es sólo parte del orden...
                natural?
                   --"Eso" no es parte del orden natural que comprendemos o aceptamos -dijo
                Mike, mientras volvía a abotonarse-, y no encuentro motivos para operar sobre
                cualquier otra base que la que está al alcance de nuestro entendimiento: que
                "Eso" mata, mata a los niños. Bill lo comprendió antes que ninguno de nosotros.
                ¿Recuerdas, Bill?
                   --Recuerdo que quería encontrarme con "Eso" para matarlo -dijo Bill. Por
                primera vez (y desde entonces ocurriría siempre) oyó que el pronombre adquiría
                rango de nombre propio en su propia voz-. Pero no tenía un punto de vista muy
                general sobre el asunto, no sé si me explico. Sólo quería matarlo porque "Eso"
                había matado a George.
                   --¿Todavía lo deseas?
                   Bill lo pensó, mirándose las manos sobre la mesa. Recordó a George con su
                impermeable amarillo, la capucha y el barquito de papel parafinado. Levantó la
                vista hacia Mike.
                   --M-m-más que nunca -dijo.
                   Mike asintió, como si fuera exactamente lo que esperaba.
                   --Eso dejó su marca en nosotros. Hizo sobre nosotros su voluntad, tal como ha
                hecho su voluntad con toda esta ciudad, un día sí, un día no, aún durante esos
                largos períodos en que duerme, hiberna o hace lo que sea, entre sus períodos
                más... vitales.
                   Mike levantó un dedo.
                   --Pero si obró su voluntad en nosotros, en algún punto, de algún modo, nosotros
                también le impusimos nuestra voluntad. Lo paramos antes de que hubiera
                terminado. Estoy seguro de que lo hicimos. ¿Lo debilitamos, lo herimos?
                ¿Estuvimos, en realidad, casi a punto de matarlo? Creo que sí. Creo que
                estuvimos tan cerca de matarlo que nos fuimos convencidos de haberlo hecho.
                   --Pero tú tampoco recuerdas esa parte, ¿verdad? -preguntó Ben.
                   --No. Recuerdo todo hasta el quince de agosto de 1958, con claridad casi
                perfecta. Pero desde entonces hasta el cuatro de septiembre, más o menos,
                cuando empezaron otra vez las clases, todo está en blanco absoluto. No se trata
                de que lo recuerde en parte o borrosamente: ha desaparecido por completo. Con
                una sola excepción: creo recordar que Bill gritaba algo de fuegos fatuos.
                   El brazo de Bill se sacudió convulsivamente y golpeó contra una de las botellas
                vacías, que cayó al suelo.
                   --¿Te has hecho daño? -preguntó Beverly, levantándose a medias.
                   --No -dijo él con voz áspera y seca. Tenía carne de gallina en el brazo. Tenía la
                sensación de que le había crecido el cráneo, lo sentía
                   ("los fuegos fatuos")
                   presionar contra la piel tensa de la cara, en palpitaciones incesantes.
                   --Voy a recoger los...
                   --No. Siéntate. -Quiso mirarla y no pudo. No podía aceptar los ojos de Mike.
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