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>Tú, Ben, eres probablemente el de mayor éxito entre los arquitectos jóvenes
del mundo.
Ben abrió la boca, probablemente para protestar, pero volvió a cerrarla.
Mike les sonrió, abriendo las manos en un gesto amplio.
--No quiero avergonzar a nadie, pero es preciso que las cartas estén sobre la
mesa. Hay quienes triunfan jóvenes y hay quienes tienen éxito en trabajos muy
especializados; si no hubiera quienes triunfan contra toda probabilidad, creo que
todo el mundo renunciaría. Si se tratara sólo de uno o dos dentro del grupo podría
pasar por coincidencia. Pero ocurre con todos vosotros, y eso incluye a Stan Uris,
que era el contable más codiciado de Atlanta... y eso significa de todo el Sur. En
mi opinión, ese éxito brota de lo que ocurrió aquí hace veintisiete años. Si todos
hubierais estado expuestos al contacto con asbesto, en esa época, y todos
tuvierais cáncer de pulmón, la correlación no sería menos evidente o persuasiva.
¿Alguno está en desacuerdo?
Los miró. Nadie dijo nada.
--Salvo tú -apuntó Bill-. ¿Qué pasó contigo, Mikey?
--¿No es obvio? -El bibliotecario sonrió-. Me quedé aquí.
--Mantuviste el faro encendido -dijo Ben. Bill se volvió a mirarlo, sobresaltado,
pero el arquitecto miraba atentamente a Mike y no se dio cuenta-. Eso no me hace
sentir muy bien, Mike. En realidad, me hace sentir como un gran aprovechado.
--Amén -concordó Beverly.
Mike sacudió la cabeza, paciente.
--No tenéis por qué sentiros culpables. ¿Creéis que fue por decisión propia que
seguí en Derry? Así como tampoco fue por decisión propia que vosotros os
marchasteis. Éramos pequeños, caramba. Por un motivo u otro, vuestros padres
decidieron mudarse, y vosotros fuisteis parte del equipaje que ellos se llevaron.
Mis padres se quedaron. Pero ¿la decisión fue de ellos, en realidad, de cualquiera
de ellos? ¿Cómo se decidió quién se iría y quién se quedaría? ¿Fue cuestión de
suerte, de fatalidad, de "Eso", de algún otro? No lo sé. Pero no tuvo nada que ver
con nosotros, los chicos. Así que no insistáis con eso.
--¿No estás... resentido? -preguntó Eddie.
--He estado demasiado ocupado para almacenar resentimiento -explicó Mike-.
Pasé mucho tiempo observando y esperando. Observaba y esperaba aun antes
de darme cuenta de que lo hacía, pero en los últimos cinco años, he estado en
una especie de alerta roja. Desde principios de año llevo un Diario. Y cuando uno
escribe, piensa más... o tal vez más específicamente. Una de las cosas de las que
me he estado ocupando es del carácter de "Eso". "Eso" cambia; lo sabemos. Creo
que también manipula, y deja su marca en la gente, sólo por la naturaleza de lo
que es, tal como el olor de un zorrino queda en la piel aun después de un largo
baño, si ha vaciado su vejiga cerca de uno. Así como el saltamontes escupe su
jugo en la palma del que lo toma en la mano.
Mike se desabotonó lentamente la camisa y abrió los bordes. Todos pudieron
ver marcas de cicatrices en la suave piel parda de su pecho, entre las tetillas.
--Tal como las garras dejan cicatrices -agregó.
--El hombre lobo -dijo Richie, casi gimiendo-. ¡Oh, cielos, Gran Bill, el hombre
lobo! Cuando volvimos a Neibolt...
--¿Qué? -preguntó Bill, como si lo hubieran sacado de un sueño-. ¿Qué, Richie?