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niños y se encontraban sus cadáveres en 1958. La Comisión de Seguridad para
                los Niños ha vuelto a reunirse, sólo que esta vez lo hace en la escuela primaria
                municipal y no en la secundaria. Hay dieciséis detectives de la oficina de la fiscalía
                estatal en la ciudad y también un contingente de agentes del FBI; no sé cuántos
                son y no creo que Rademacher lo sepa, aunque habla mucho. Se ha vuelto a
                imponer el toque de queda...
                   --Ah, sí, el toque de queda. -Ben se frotaba lentamente el costado del cuello-.
                Eso sirvió de muchísimo en 1958, por lo que recuerdo.
                   --... y hay grupos de madres acompañantes, para que todos los escolares, desde
                el jardín de infancia hasta el octavo grado, vuelvan a su casa bien vigilados. El
                "News" ha recibido más de dos mil cartas, sólo en las últimas tres semanas,
                exigiendo una solución. Y, como cabía esperar, ha vuelto a iniciarse la emigración.
                A veces, creo que es el único modo de saber quiénes son sinceros en su deseo de
                que esto cese y quiénes no. Los sinceros se asustan y se van.
                   --¿La gente se está yendo, de verdad? -preguntó Richie.
                   --Pasa cada vez que el ciclo se pone en marcha. Es imposible saber cuántos se
                van, porque el ciclo no ha caído nunca en año de censo desde 1850, más o
                menos. Pero es un número considerable. Huyen como niños que descubrieran que
                la casa está embrujada de verdad.
                   --Volved a casa, volved a casa, volved a casa -musitó Beverly. Cuando apartó la
                vista de sus manos fue a Bill a quien miró, no a Mike-. "Eso" quería que nosotros
                volviéramos. ¿Por qué?
                   --"Tal vez" quiere que todos estemos aquí -observó Mike crípticamente-. Puede
                querer venganza. Después de todo, una vez lo paramos en seco.
                   --Venganza o sólo poner las cosas en orden -dijo Bill.
                   Mike asintió.
                   --En la vida de todos vosotros también hay cosas que no están en orden, como
                sabréis. Ninguno de vosotros salió de Derry indemne, sin su marca. Todos
                olvidasteis lo que pasó aquí, y los recuerdos de aquel verano aún son sólo
                fragmentarios. Además, es curioso el hecho de que todos seáis ricos.
                   --Oh, vamos -protestó Richie-. No se puede decir que...
                   --Tranquilo -dijo Mike, levantando la mano con una leve sonrisa-. No estoy
                acusándoos de nada; sólo trato de poner las cartas sobre la mesa. Todos vosotros
                sois ricos, desde la óptica de un bibliotecario de ciudad pequeña que no llega a
                ganar once mil dólares al año, deducidos los impuestos, ¿comprendéis?
                   Rich encogió los hombros de su costoso traje, con aire incómodo. Ben parecía
                concentrado en desgarrar pequeñas tiras de su servilleta. Nadie miraba
                directamente a Mike, salvo Bill.
                   --Ninguno de vosotros es multimillonario realmente -continuó el bibliotecario-,
                pero disfrutáis de una situación más que holgada dentro de la clase media-alta
                norteamericana. Aquí estamos entre amigos, de modo que podéis confesar: si uno
                de vosotros declaró menos de noventa mil dólares en la declaración de renta de
                1984, que levante la mano.
                   Todos se miraron entre sí, casi furtivamente, azorados, como parecen sentirse
                siempre los norteamericanos, por la desnuda realidad de su propio éxito, como si
                el dinero fuera huevos duros y la solvencia, el dolor de estómago que sobreviene
                inevitablemente a una ración excesiva de ellos. Bill sintió calor en las mejillas, pero
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