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Richie en los meses posteriores a su aparición, bastante casual, en la emisora de
radio de la universidad. En su primera semana tras el micrófono habla descubierto
todo lo que siempre había deseado. Al principio no fue muy bueno; estaba
demasiado entusiasmado como para ser bueno. Pero comprendió que tenía la
posibilidad de ser, en ese trabajo, no simplemente bueno sino grandioso, y bastó
esa noción para ponerlo en la luna llevado por una nube de euforia. Al mismo
tiempo, comenzaba a comprender el gran principio que mueve al universo, al
menos, esa parte del universo que se relaciona con las carreras y con el éxito: uno
encuentra al tío loco que andaba corriendo por dentro, de uno, arruinándole la
vida; lo persigue hasta un rincón y lo atrapa. Pero no lo mata, ¡oh, no! La muerte
es demasiado piadosa para bichos como ese pequeño bastardo. Se le pone un
arnés y se empieza a arar. Una vez que uno lo tiene entre las varas, ese tipejo
loco trabaja como un demonio. Y le proporciona a uno unas cuantas diversiones,
de vez en cuando. A eso se reducía todo, en realidad. Y con eso bastaba.
Él había sido divertido, claro que sí: una risa por minuto. Pero al final había
dejado atrás las pesadillas que formaban el lado oscuro de todas esas risas. Al
menos, eso creía. Hasta ese momento. momento en el que la palabra adulto
dejaba, súbitamente, de tener sentido a sus propios oídos.
Y allí tenía algo más con que entenderse o al menos algo sobre lo que pensar:
allí estaba la estatua, enorme y totalmente idiota, de Paul Bunyan, frente al Centro
Municipal.
"Debo ser la excepción que confirma la regla, Gran Bill. ¿Estás seguro de que no
hubo nada, Richie? ¿Nada en absoluto? Junto al Centro Municipal... creí ver..."
Un dolor agudo le aguijoneó los ojos por segunda vez en el día. Levantó las
manos para apretárselos con un quejido. Un segundo después, el dolor había
desaparecido tan inesperadamente como había llegado. Pero también había
olfateado algo, ¿no? Algo que no estaba allí, en realidad, pero sí algo que había
estado allí, algo que le hacia pensar en
("estoy aquí contigo, "Richie", sujeta mi mano, puedes sujetarte")
Mike Hanlon. Era "humo" lo que le había hecho arder los ojos y lagrimear.
Veintisiete años antes había respirado ese humo; al final, sólo habían quedado allí
Mike y él mismo y había visto...
Pero ya no estaba.
Dio un paso más hacia la estatua de plástico, tan sorprendido por su alegre
vulgaridad como de niño se había sentido abrumado por su tamaño. El mítico Paul
Bunyan media seis metros de altura; la base le agregaba un metro ochenta
adicional. Sonreía al tránsito, de Canal Street desde el prado del Centro Municipal.
El Centro Municipal había sido edificado entre 1954 y 1955 para un equipo de
baloncesto que nunca llegó a concretarse. Un año después en 1956, el Concejo
Municipal de Derry aprobó una asignación de fondos para la estatua. Fue un
acalorado debate, tanto en las reuniones públicas del concejo como en las cartas
de lectores al "Derry News". Muchos pensaban que sería una estatua
"encantadora", que no dejaría de atraer al turismo. Otros consideraban que un
Paul Bunyan de plástico sería horrible, de mal gusto e increíblemente vulgar.
Según Richie recordaba, la profesora de artes visuales de la secundaria había
escrito al "News" diciendo que, si llegaba a erigirse en Derry semejante