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la última cláusula restrictiva desaparecería de su mente.) Y el episodio era
                típicamente idiota.
                   Richie había entrado en el gimnasio con los otros niños de quinto curso en el
                momento en que un grupo de sexto, entre quienes Henry sobresalía como un buey
                entre las vacas, salía de él. Henry todavía estaba en quinto, pero hacía gimnasia
                con los del curso siguiente. Las tuberías del techo habían estado goteando otra
                vez, pero el señor Fazio aún no había tenido tiempo de poner su cartel de
                ¡"cuidado! ¡suelo mojado"! en su pequeño caballete. Henry resbaló en un charco y
                aterrizó de culo.
                   Antes de que Richie pudiera impedirlo, su boca traidora espetó:
                   --¡Bien, talón de plátano!
                   Hubo un estallido de risa, tanto entre los compañeros de Henry como entre los
                de Richie, pero la cara de Henry no reía al levantarse; tenía el color de los ladrillos
                recién horneados.
                   --Ya te arreglaré después, cuatro ojos -dijo y siguió caminando.
                   La carcajada cesó de inmediato. Los chicos presentes miraron a Richie como si
                ya estuviera muerto. Henry no se detuvo a comprobar las reacciones: se fue,
                simplemente, con la cabeza gacha, los codos enrojecidos por el golpe y los
                fondillos del pantalón mojados. Al contemplar ese sitio mojado, Richie sintió que
                su boca, suicidamente ingeniosa, volvía a abrirse... pero en esa oportunidad la
                cerró con fuerza, tan rápidamente que estuvo a punto de amputarse la punta de la
                lengua con sus dientes.
                   "Bueno, pero ya lo olvidará -se dijo, intranquilo, mientras se cambiaba-. Lo
                olvidará, claro. El viejo Henry no tiene tantos circuitos de memoria en
                funcionamiento. Probablemente cada vez que caga tiene que releer el manual de
                instrucciones."
                   Ja-ja.
                   --Date por muerto, Bocazas -le dijo Vince "Boogers" Taliendo, mientras se cubría
                con el slip un miembro con forma y tamaño de un cacahuete anémico. Pero lo dijo
                con cierto respeto entristecido-. No te preocupes. Te llevaré flores.
                   --Córtate las orejas y lleva coliflores -replicó Richie, vivaz.
                   Y todos rieron, hasta el viejo "Boogers" Tallend. ¿Por qué no? Bien podían reír.
                ¿Preocuparme yo? Todos estarían en casa viendo a Jimmy Dodd y los
                Mosqueteros, "El club de Mickey Mouse" o a Frankie Lymon cantando "No soy un
                delincuente juvenil" en "Bandas de América", mientras Richie volaba por el
                departamento de lencería femenina hacia el de juguetes derramando sudor por la
                espalda hasta la raja del culo, con sus aterrorizadas pelotas tan subidas que
                parecían colgarle del ombligo. Oh, sí, bien podían reír. Ja, ja, ja, ja.
                   Henry no se olvidó. Richie había salido por la puerta del parvulario, por
                precaución, pero Henry tenía apostado a Belch Huggins allí, también por si acaso.
                Ja, ja, ja, ja.
                   Richie vio a Belch; de lo contrario no habría existido carrera alguna. Belch
                estaba mirando hacia el parque de Derry, con un cigarrillo apagado en una mano,
                mientras con la otra se despegaba soñadoramente del culo los fondillos del
                pantalón. Richie, palpitante el corazón, cruzó silenciosamente el patio. Había
                caminado casi una manzana por Charter Street cuando Belch giró la cabeza y lo
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