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Airlines, con su vuelo 23, hacía escala en Bangor, a setenta y cinco. kilómetros de
                distancia.
                   --¿Le reservo un billete, señora?
                   Audra cerró los ojos y vio la cara amable y severa de Freddie. Le oyó decir: "Ten
                cuidado, preciosa."
                   Freddie no quería que fuera. Bill no quería que fuera. Entonces, ¿por qué el
                corazón le gritaba que debía ir? Cerró los ojos. "Dios, qué liada estoy..."
                   --Señora, ¿aún sigue ahí?
                   --Resérveme billete -dijo Audra. Vaciló: "Ten cuidado, preciosa..." Tal vez le
                convenía pensarlo mejor, poner distancia entre sí misma y esa locura. Comenzó a
                revolver su cartera en busca de su tarjeta de crédito-. Para mañana. En primera
                clase, si es posible.
                   "Si cambio de idea, puedo cancelarlo. Probablemente lo haré. Voy a despertar
                cuerda y todo estará claro."
                   Pero por la mañana no hubo nada claro y su corazón seguía reclamándole que
                viajase. La noche había sido un loco tapiz de pesadillas. Llamó a Freddie, porque
                se sentía obligada. No tuvo tiempo para mucho; aún estaba tratando de explicarle
                que Bill podía necesitarla cuando se oyó un suave chasquido en la línea. Freddie
                había colgado sin pronunciar palabra tras el "Hola" inicial.
                   Pero, en cierto sentido, ese chasquido decía cuanto hacía falta decir.



                   7.

                   El avión aterrizó en Bangor a las 19.09. Audra fue la única que desembarcó
                mientras los otros pasajeros la miraban con curiosidad, preguntándose qué interés
                podía tener alguien en ese sitio olvidado de la mano de Dios. Audra pensó decir:
                "Es que busco a mi marido. Vino a una pequeña ciudad, cerca de aquí, porque un
                amigo de la infancia lo llamó para recordarle una promesa que él no tenía del todo
                presente. La llamada le recordó también que llevaba veinte años sin pensar en su
                difunto hermano. Ah, sí, y también le devolvió la tartamudez... y unas extrañas
                cicatrices blancas en la palma de las manos."
                   Pero, los agentes de aduana llamarían al manicomio.
                   Recogió su maleta y se acercó a las cabinas de alquiler de automóviles, tal
                como lo haría Tom Rogan una hora después. Tuvo más suerte de la que le tocaría
                a él: National Car Rental tenía un Datsun disponible.
                   La chica rellenó el formulario para que ella lo firmara.
                   --Ya me parecía que era usted -dijo la chica. Y agregó, tímida-: ¿Me daría un
                autógrafo, por favor?
                   Audra se lo dio, firmado en el dorso de un formulario en blanco mientras
                pensaba: "Disfrútalo mientras puedas, cariño. Si Freddie Firestone está en lo,
                cierto, dentro de cinco años no valdrá un comino."
                   Consiguió un mapa de carreteras. La chica, tan deslumbrada que apenas podía
                hablar, logró indicarle la mejor ruta para llegar a Derry.
                   Diez minutos después, Audra estaba en marcha. En cada intersección se
                obligaba a recordar que debía conservar la derecha; si llegaba a tomar por la
                izquierda, como en Inglaterra, tendrían que recogerla raspando el asfalto.
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