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--¡En el caso de la banda de Bradley pasa exactamente lo contrario! -exclamó.
Sonreía, pero no era una sonrisa simpática sino cínica, fríamente reminiscente-.
En aquel entonces, en la parte más poblada de Derry vivían unas veinte mil
personas. Las calles Main y Canal estaban pavimentadas desde hacia cuatro
años, pero Kansas aún era de tierra. En el verano, se levantaba polvo y en los
meses de lluvia se convertía en un pantano. Al comenzar el verano, limpiaban Up-
Mile Hill, y todos los días de la Independencia el alcalde anunciaba que se iba a
pavimentar Kansas, pero no lo hicieron hasta 1942. Era... pero ¿qué estaba
diciendo?
--En el centro de Derry vivían unas veinte mil personas -contestó.
--Ah, sí. Bueno, de esas veinte mil, la mitad o más ya habrán muerto; cincuenta
años es mucho tiempo y en Derry la gente tiende extrañamente a morir joven. Tal
vez sea el aire. Pero de los que aún viven, no encontrarás más de diez o doce
dispuestos a decirte que estaban en la ciudad el día en que la banda de Bradley,
se fue al infierno. Butch Rowden, el de la carnicería, ése confesaría, supongo.
Tiene una fotografía en la pared en la que se ve uno de los coches, ni siquiera te
das, cuenta de que es un coche. Charlotte Littlefield te diría una o dos cosas si la
cogieras por el lado bueno. Enseña en la secundaria y se acuerda de muchos
detalles, aunque no tendría más de diez o doce años por aquel entonces. Carl
Snow... Aubrey Stacey... Eben Stampnell... y ese viejo que pinta cuadros raros y
se pasa la noche bebiendo en el bar de Wally; Pickman, creo que se llama. Ellos
se acuerdan. Todos estaban allí.
Dejó apagar la voz mirando el trocito de regaliz que tenía en la mano. Pensé en
azuzarlo, pero decidí no hacerlo. Por fin continuó:
--Los otros, en su mayoría, te mentirían, como miente la gente al decir que
estaba en el estadio cuando Bobby Thomson lanzó aquella pelota. Eso es lo que
quería decirte. Pero la gente miente sobre aquello del estadio porque habría
querido estar allí. En cambio, miente sobre lo que pasó en Derry aquel día porque
habrían preferido no estar. ¿Me comprendes, hijo?
Asentí.
--¿Seguro que quieres saber el resto? -preguntó-. Se te nota un poco nervioso,
Mikey.
--No quiero -reconocí-, pero me parece mejor saberlo.
--Bien.
Era mi día de evocaciones. Cuando volvió a ofrecerme el frasco de boticario, con
las gomas de regaliz, recordé súbitamente un programa de radio que solían
escuchar mis padres cuando yo era pequeño: "Mr. Keene, rastreador de personas
perdidas".
--El comisario estaba aquí ese día, claro que sí. Se suponía que iría a cazar
aves, pero cambió de idea cuando Lal Machen fue a decirle que esperaba a Al
Bradley esa misma tarde.
--¿Cómo sabía Machen eso? -pregunté.
--Bueno, eso es bastante revelador -dijo el señor Keene; aquella sonrisa cínica
volvió a arrugarle la cara-. Bradley nunca llegó a enemigo público número uno en
la lista del FBI, pero lo buscaban desde 1928. Al Bradley y su hermano George
asaltaron seis o siete bancos en el Medio Oeste y después secuestraron a un