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--Recuerdo haber oído el viento, hijo -dijo, soñador-. Recuerdo haber oído el
                viento y el reloj del Palacio de Justicia, que daba las dos. Bob Tanner apareció
                detrás de mi; yo estaba tan tenso que estuve a punto de volarle la cabeza.
                   >Él se limitó a hacerme un gesto tranquilizador y cruzó al almacén de Vannock
                arrastrando su sombra detrás de sí.
                   >Cualquiera habría dicho que al llegar las dos y diez sin que ocurriese nada y
                luego las dos y cuarto y luego las cuatro y veinte, la gente empezaría a marcharse,
                ¿no? Pero no fue así. Todo el mundo seguía en su sitio. Porque...
                   --Porque ustedes sabían que esa banda iba a aparecer, ¿verdad? -sugerí-. No
                cabía duda.
                   Me dedicó una sonrisa luminosa como maestro complacido por la repuesta del
                alumno.
                   --¡Efectivamente! Nadie dijo nada. Nadie sugirió: "Bueno, esperemos hasta las
                cuatro y veinte y si no aparecen me vuelvo al trabajo." Seguíamos allí, en silencio.
                A eso de las dos y veinticinco de la tarde, dos automóviles bajaron por Up-Mile Hill
                y llegaron a la intersección; uno era rojo; el otro, azul oscuro; un Chevrolet y un La
                Salle. En el Chevrolet iban los hermanos Conklin, Patrick Caudy y Marie Hauser.
                En el La Salle, los Bradley, Malloy y Kitty Donahue.
                   >Empezaron a cruzar la intersección sin problemas. De pronto, Al Bradley clavó
                los frenos tan de repente que Caudy estuvo a punto de chocar contra él. La calle
                estaba demasiado tranquila y bradley lo notó. Era sólo un animal pero no hace
                falta gran cosa para alertar a un animal que se ha visto perseguido por cuatro
                años.
                   >Abrió la puerta del La Salle y se irguió sobre el estribo, por un momento, para
                mirar alrededor. Después hizo un gesto con la mano a Caudy, indicándole que
                retrocediera. Caudy dijo: "¿Qué, jefe?" Lo oí con toda claridad; fue lo, único que
                les oí decir aquel día. También recuerdo que había un destello de sol. Surgía de
                una polvera con espejo: la mujer de Hauser se estaba empolvando la nariz.
                   >Fue entonces cuando aparecieron Lal Machen y su ayudante, Biff Marlon.
                Salieron corriendo del negocio y Lal gritó: "¡Levante las manos, Bradley, están
                rodeados!. Antes de que Bradley pudiera apenas volver la cabeza, Lal empezó a
                disparar. Al principio falló pero luego acertó al hombro del criminal. La sangre
                empezó a salir en el acto de aquel agujero. Bradley se sujetó de la portezuela y se
                arrojó al interior del coche. Puso la marcha. Y entonces todo el mundo empezó a
                disparar.
                   >Todo acabó en cinco minutos, pero pareció muchísimo más tiempo. Petie, Al y
                Jimmy Gordon, sentados en los escalones de los tribunales, disparaban contra la
                parte trasera del Chevrolet. Vi a Bob Tanner, con una rodilla en el suelo
                disparando como un loco. Jagermeyer y Theramenius, desde el teatro, acribillaban
                el flanco derecho del La Salle. Greg Cole estaba en la alcantarilla sujetando el 45
                con ambas manos y apretando el gatillo frenéticamente.
                   >Serían cincuenta o sesenta los hombres que disparaban al mismo tiempo.
                Cuando todo terminó, Lal Machen extrajo treinta y seis balas de la pared de su
                tienda. Y eso fue tres días después. A esas alturas, todo el que deseaba un
                recuerdo había ido a escarbar en los ladrillos con una navajita. En lo peor de la
                escena, aquello parecía una batalla. Alrededor de Machen estallaron todos los
                vidrios de las ventanas.
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