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>Bradley sonrió y dijo que le parecía estupendo. Cal Conklin todavía prefería ir a
Bangor, pero ganó la mayoría.
>--Si no está seguro de poder cumplir con el pedido -dijo Al Bradley a Lal-,
dígalo ahora. Soy buena persona pero cuando me enfurezco no conviene que
nadie se me ponga delante.
>--Entiendo -dijo Lal-, y le voy a tener todo listo, señor... ¿Su nombre?
>--Rader -dijo Bradley-. Richard D. Rader, servidor.
>Le tendió la mano y Lal se la estrechó con ganas, sin dejar de sonreír.
>--Encantado, señor Rader.
>Cuando Bradley le preguntó a qué hora podría pasar con sus amigos para
recoger la mercancía, Lal Machen les dijo que a las dos de la tarde. Asintieron y
se fueron. Lal los observaba. Se reunieron en la acera con las dos mujeres y con
Caudy. Lal reconoció también al chico.
>¿Y qué crees que hizo Lal, entonces? -preguntó el señor Keene, con los ojos
brillantes-. ¿Llamar a la policía?
--Supongo que no -respondí-, teniendo en cuenta lo que ocurrió después. A mí
no me habrían alcanzado las piernas para correr al teléfono.
--Bueno, tal vez si y tal vez no -replicó el señor Keene, con la misma sonrisa
cínica y los mismos ojos brillantes.
Me estremecí, porque comprendí lo que pensaba... y él se dio cuenta de que yo
lo comprendía. Una vez que algo gordo se pone en marcha, no se lo puede
detener: sigue rodando hasta que encuentra una planicie que le haga perder el
impulso. Si te pones delante, te aplasta... pero no se detiene.
--Tal vez sí y tal vez no -repitió el señor Keene-. Pero te diré lo que hizo Lal
Machen. Por el resto de ese día y todo el día siguiente, cada vez que entraba un
hombre él le decía que la banda de Bradley había estado cazando por Newport y
Derry con ametralladoras y que Bradley y los suyos volverían al día siguiente, a
eso de las dos, para recoger sus municiones. Que él les había prometido
proporcionarles municiones y que pensaba respetar su promesa.
--¿Cuántos? -Pregunté, hipnotizado por sus ojos centelleantes.
De pronto, el olor seco de esa trastienda -olor a medicamentos y polvos, a
Musterole y a Vicks Vaporub y a jarabe Robitussin para el catarro- me resultó
sofocante. Pero no podía irme así como no podía suicidarme conteniendo la
respiración.
--¿Quieres saber a cuántos les dio la noticia? -preguntó el señor Keene.
Asentí.
--No estoy seguro. No estaba allí. Supongo que lo dijo a cuantos le parecieron
de confianza.
--De confianza -musité.
--Hombres de Derry, ¿comprendes?
>Yo fui a su tienda a eso de las diez, al día siguiente de la visita de los Bradley.
Me contó la historia y luego me preguntó qué necesitaba. Iba sólo a retirar mi
carrete de película revelado, pero después dije que también llevaría municiones
para mi Winchester.
>--¿Vas a cazar, Norb? -me pregunta Lal, pasándome las balas.
>--Podría acabar con algunas plagas -dije y nos reímos.