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>George Bradley corrió hasta el banco del monumento antes de que alguien le
                hiciera puré la nuca con una escopeta. Cayó muerto, con los pantalones meados.
                   Casi sin darme cuenta, cogí otro regaliz.
                   --Siguieron llenando de balas aquellos dos coches por un minuto más antes de
                que el fuego empezara a disminuir -dijo el señor Keene-. Cuando a los hombres se
                les aviva la sangre, la cosa tarda en enfriarse. Fue entonces cuando miré hacia
                atrás y vi al comisario Sullivan detrás de Neil y los otros, en los peldaños del
                Palacio de Justicia, disparando contra el Chevrolet con un Remington. Si alguien
                te dice que no estuvo allí, no le creas: aquí tienes a Norbert Keene que lo vio con
                estos ojos.
                   >Cuando cesó el fuego, los coches ya no parecían coches sino chatarra rodeada
                de trozos de vidrio. Los hombres comenzaron a acercarse. Nadie hablaba. Sólo se
                oía el viento y el crujir de los vidrios bajo los pies. Entonces empezaron a tomar
                fotos. Y debes recordar esto hijo: cuando empiezan a tomar fotografías es porque
                se acabó la historia.
                   --El "Derry News" no publicó nada de eso -balbuceé.
                   Los titulares de ese día rezaban: "Policía estatal y FBI acaban con la banda
                Bradley en enfrentamiento callejero", con un subtítulo: "Apoyo de la policía local".
                   --Por supuesto que no -sonrió el señor Keene, encantado-. Vi al director Mack
                Laughlin plantar dos balas en el cuerpo de Joe Conklin.
                   --Cielos -murmuré.
                   --¿No quieres otro regaliz, hijo?
                   --He comido de sobra. -Me humedecí los labios-. Señor Keene, ¿cómo pudo
                ocultarse algo de tanta magnitud?
                   --No se ocultó -replicó él sorprendido-. Simplemente, nadie mencionó el asunto.
                Y en realidad, ¿a quién le interesaba? Los que cayeron ese día no fueron el
                presidente Hoover y su señora. Fue lo mismo que matar a unos perros rabiosos
                capaces de morderte a la primera.
                   --Pero ¿y las mujeres?
                   --Un par de rameras -dijo con indiferencia-. Además, eso pasó en Derry, no en
                Nueva York ni en Chicago. El lugar, hijo, interesa tanto como lo que pasa. Por eso
                los titulares son mas grandes cuando un terremoto mata a doce personas en Los
                Angeles que cuando mata a tres mil en alguna remota comarca del Medio Este.
                   "Además, eso paso en Derry."
                   Lo he oído decir otras veces y supongo que, si continúo con esta investigación,
                lo oiré muchas más. Lo dicen como si hablaran con un retardado: con paciencia.
                Tal como uno contestaría: "Por la ley de gravedad", si alguien preguntara por qué
                estamos pegados al suelo, cuando caminamos. Lo dicen como si fuera una ley
                natural que cualquier hombre normal debería comprender. Y lo peor, por supuesto,
                es que sí, lo comprendo.
                   Tenía una última pregunta para Norbert Keene.
                   --¿Vio usted aquel día, una vez iniciada la refriega, a alguien que no conociese?
                   La respuesta del señor Keene fue tan pronta que mi temperatura sanguínea bajó
                diez grados... al menos, ésa fue mi sensación.
                   --¿Te refieres al payaso? ¿Cómo te enteraste, hijo?
                   --Lo oí en alguna parte.
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