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que Teddy Rowland vaya a verlo. Teddy es una mariposa, pero tiene una lengua
capaz de convencer a cualquiera. Pero después, ¿qué? Nos quedan cuatro
semanas de filmación y tu marido está en Massachusetts...
--Maine...
--Donde sea. ¿Y hasta qué punto podremos contar contigo si él no está?
--Yo...
Se inclinó hacia adelante.
--Te tengo simpatía, Audra. De veras. Y también a Bill, a pesar de este lío. Creo
que podemos arreglarnos. Si hay que arreglar el libreto, lo arreglaré yo. No será la
primera vez que haga remiendos de ese tipo, bien lo sabe Dios. Y si a él no le
gusta cómo queda, no podrá culpar a nadie, Puedo arreglarme sin Bill pero no sin
ti. Te necesito trabajando a toda máquina, no en Estados Unidos corriendo tras tu
marido. ¿Lo harás?
--No lo sé.
--Yo tampoco. Pero debes pensar en lo que voy a decirte. Si te portas como un
soldado y haces tu parte, podemos mantener las cosas en calma por un tiempo,
quizá por el resto de la filmación. Pero si te vas, se acabó. No soy vengativo; no
voy a amenazarte con encargarme de que nadie te dé trabajo si me plantas. Pero
debes saber que, si te haces fama de temperamental, puede ocurrirte
exactamente eso. Te estoy hablando con el corazón en la mano. ¿Te molesta?
--No -dijo ella, inquieta.
En realidad, le daba igual. No podía pensar sino en Bill. Freddie era un buen
hombre, pero no entendía nada; en último caso, bueno o no, él no pensaba sino
en su película. No había visto la expresión de Bill... ni lo había oído tartamudear.
--Bueno. -Freddie se levantó-. Acompáñame al bar. A los dos nos vendrá bien
una copa.
Ella sacudió la cabeza.
--Una copa es lo último que necesito. Me voy a casa a pensar en todo esto.
--Te pediré un coche -dijo él.
--No. Tomaré el tren.
El productor la miró fijamente, con una mano en el teléfono.
--Creo que piensas ir a buscarlo -dijo Freddie-. Y te advierto que es un grave
error. Aunque algo lo esté enloqueciendo, en el fondo es sensato. Se quitará el
problema de encima y volverá. Si hubiese querido que le acompañases te lo
habría dicho.
--No he decidido nada -mintió ella, sabiendo que todo estaba decidido, aun antes
de que esa mañana el coche la recogiera para llevarla al estudio.
--Ten cuidado, preciosa -dijo Freddie.
Audra sintió la fuerza de aquella personalidad que la acosaba exigiéndole que
cediera, que prometiera, que trabajara y esperara pasivamente el regreso de Bill...
si no volvía a desaparecer en ese agujero del pasado del que había venido.
Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
--Adiós, Freddie.
Volvió a su casa y llamó a British Airways. Dijo a la empleada que quería llegar a
una pequeña dudad de Maine, llamada Derry. Hubo un silencio mientras la mujer
consultaba el ordenador. Luego, la noticia, como señal divina, de que British