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para meditar. Veinte minutos después salió vociferando el nombre de Bill. Debía
                replantear toda esa escena eliminando la caída. Audra se vio obligada a decirle
                que Bill ya no estaba en Inglaterra.
                   --¿"Qué"? -dijo Freddie, boquiabierto, mirando a Audra como si ésta hubiera
                perdido el juicio-. ¿Qué me estás diciendo?
                   --Lo llamaron de Estados Unidos. Eso es lo que te estoy diciendo.
                   Freddie hizo ademán de sujetarla y Audra retrocedió asustada. Freddie se miró
                las manos; luego se las guardó en los bolsillos y se limitó a mirarla.
                   --Lo siento, Freddie -dijo ella quedamente-. De veras.
                   Se levantó y fue a servirse un poco de café notando que las manos le temblaban
                un poco. Al sentarse oyó la voz de Freddie, amplificada por los altavoces del
                estudio, indicando a todos que volvieran a su casa; no se filmaría más por el resto
                del día. Audra hizo un gesto de dolor. Diez mil libras se estaban yendo por el
                desagüe.
                   Freddie apagó el intercomunicador del estudio y se levantó para servirse café.
                Volvió a sentarse y le ofreció un paquete de cigarrillos.
                   Audra negó con la cabeza.
                   Él tomo uno, lo encendió y la miró entrecerrando los ojos a través del humo.
                   --Esto es grave, ¿no?
                   --Si -dijo Audra, manteniendo la compostura.
                   --¿Qué pasó?
                   Porque le tenía auténtica simpatía y verdadera confianza, Audra le contó cuanto
                sabía. Freddie la escuchaba con atención, gravemente. El relato no llevó mucho
                tiempo. Cuando terminó aún resonaban portezuelas y se ponían en marcha
                motores en el aparcamiento.
                   Freddie guardó silencio por un rato mirando por la ventana. Después giró hacia
                ella.
                   --Fue una especie de colapso nervioso.
                   Audra meneó la cabeza.
                   --No, nada de eso. "Él" no es de ésos. -Tragó saliva antes de agregar-: Deberías
                haberlo visto.
                   Freddie esbozó una sonrisa torcida.
                   --Comprenderás que los hombres adultos rara vez se sienten obligados a
                respetar las promesas que hicieron de niños. Y tú has leído la obra de Bill; sabes
                que gran parte de ella se refiere a la niñez y es muy buena. Acertadísima. Es
                absurdo pensar que ha olvidado cuanto le pasó en aquel entonces.
                   --Pero esas cicatrices en las manos... -dijo Audra-. No las tuvo nunca, hasta esta
                mañana.
                   --¡Tonterías! Tú no las habías visto hasta esta mañana.
                   Ella se encogió de hombros.
                   --Las habría visto.
                   Y se dio cuenta de que él tampoco creía en eso.
                   --¿Qué hacemos entonces? -preguntó Freddie.
                   Ella no pudo hacer otra cosa que sacudir la cabeza. El productor encendió otro
                cigarrillo con la colilla del primero.
                   --Puedo arreglar las cosas con el del sindicato -dijo-. Personalmente no, claro;
                en estos momentos no me enviaría una doble ni para salvarme del infierno. Haré
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