Page 111 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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sus invitados y correr a la ciudad para comprobar que la puerta no había sido
manipulada y que el cuadro seguía allí. ¿Y si lo robaban? El mero
pensamiento lo helaba de horror. Sin lugar a dudas, el mundo conocería
entonces su secreto. Quizá el mundo lo sospechara ya.
Pues, al mismo tiempo que fascinaba a tantos, no eran pocos los que
desconfiaban de él. Había sido vetado en un club del West End del que por
nacimiento y posición social le correspondía perfectamente ser miembro. Y,
en cierta ocasión, cuando fue llevado por un amigo al salón de fumar del
Carlton, el duque de Berwick y otro caballero se levantaron de una manera
ruidosa. Historias extrañas comenzaron a correr sobre él después de cumplir
los veinticinco. Se dijo que había sido visto alborotando en compañía de
marineros extranjeros en un antro de una zona lejana de Whitechapel, y que
se juntaba con ladrones y falsificadores de moneda y conocía los misterios de
su negocio. Sus llamativas ausencias se hicieron notorias y, cuando solía
reaparecer en sociedad, los hombres, celosos del extraño amor que inspiraba
en las mujeres, susurraban entre sí en los rincones, o pasaban por su lado con
un gesto de desdén, o lo miraban con ojos escrutadores y fríos, como si
estuvieran decididos a descubrir su secreto.
De tales insolencias y desprecios intencionados él, por supuesto, no hacía
caso, y en la opinión de la mayoría sus modales francos y corteses, su
encantadora sonrisa infantil y la infinita gracia de aquella maravillosa
juventud que nunca parecía abandonarlo eran por sí mismas suficiente
contestación a las calumnias, pues los de su círculo así las llamaban. Se
comentaba, no obstante, que aquellos que lo habían tratado más íntimamente
parecían, pasado un tiempo, rehuirlo. De todos sus amigos, o supuestos
amigos, lord Henry Wotton era el único que había permanecido fiel a él.
Mujeres que lo habían adorado sin medida y que, en aras de ese amor, se
habían enfrentado a toda clase de censuras de la sociedad y habían desafiado
la convención parecían palidecer de horror o de vergüenza si Dorian Gray
entraba en la habitación donde estaban. Se decía que incluso las pecaminosas
criaturas que rondan las calles de noche lo maldecían a su paso, viendo en él
una corrupción aún mayor que la suya, y conociendo demasiado bien los
horrores de su vida real.
Sin embargo, aquellos escándalos que se comentaban en susurros no
hacían sino prestarle, a ojos de muchos, su extraño y peligroso atractivo. Su
importante riqueza era un firme elemento de seguridad. La sociedad, o al
menos la sociedad civilizada, nunca está bien dispuesta a creer nada en
detrimento de aquellos que son a un tiempo ricos y atractivos.
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