Page 108 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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zafiros y perlas colgantes en forma de pera. ¡Qué exquisita había sido la vida
en otros tiempos! ¡Qué hermosa en su pompa y ornato! Incluso leer sobre el
lujo de los muertos era maravilloso.
Luego se interesó por los bordados, y por los tapices que hacen las veces
de frescos en las frías habitaciones de las naciones del norte de Europa. A
medida que investigaba el asunto (y siempre tuvo una extraordinaria facultad
de abstraerse temporalmente por completo en cualquier cosa que
emprendiera), casi lo entristeció reflexionar sobre la ruina que el tiempo
producía en las cosas bellas y maravillosas. Pero él, en cualquier caso, había
escapado a ella. Un verano siguió a otro, y los narcisos amarillos florecieron y
se marchitaron muchas veces, y noches de horror repitieron la historia de su
vergüenza, pero él no cambió. Ningún invierno ajó su rostro ni manchó la flor
de su juventud. ¡Qué distinto era de todas las cosas materiales! ¿A dónde
habían ido ellas? ¿Dónde estaba la gran toga color azafrán, tejida para Atenea,
por la que los Dioses habían luchado contra los Gigantes? ¿Dónde el enorme
velarium que Nerón extendió sobre el Coliseo de Roma, en el que se
representaban el cielo estrellado y Apolo conduciendo el carro llevado por
corceles blancos con riendas de oro? Deseaba ver las curiosas servilletas
labradas para Eliogábalo en las que se mostraban todas las exquisiteces y
viandas que pudieran desearse en un festín; el sudario del rey Chilperico, con
sus trescientas abejas doradas; las fantásticas túnicas que provocaron la
indignación del obispo de Ponto y estaban decoradas con «leones, panteras,
osos, perros, bosques, rocas, cazadores: todo, en verdad, lo que un pintor
pueda copiar de la naturaleza», y el abrigo que Carlos de Orleans lució una
vez, en cuyas mangas se habían bordado los versos de una canción que
comenzaba «Madame, je suis tout joyeux» con el acompañamiento musical de
las palabras labrado en hilo de oro y cada nota, una forma cuadrada en aquel
tiempo, formada por cuatro perlas. Leyó acerca de la habitación que fue
preparada en el palacio de Reims para uso de la reina Juana de Borgoña y
estaba decorada con «mil trescientos veintidós loros bordados, y el blasón del
rey, y quinientas sesenta y una mariposas cuyas alas llevaban el mismo
adorno que el escudo de armas de la reina, y todo ello en oro». Catalina de
Médici tuvo un lecho de muerte hecho para ella de terciopelo negro salpicado
de medias lunas y soles. Sus cortinas eran de damasco, con coronas de hojas y
guirnaldas representadas sobre un fondo de oro y de plata y bordes ribeteados
de perlas bordadas, y en una habitación colgaba en hileras la divisa de la reina
en terciopelo negro sobre una tela de plata. Luis XIV tenía cariátides bordadas
en oro de quince pies de alto en sus aposentos. El lecho de Sobieski, rey de
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