Page 110 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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seda rosa decoradas con tulipanes y delfines y fleurs de lys; frontales de altar
de terciopelo carmesí y lino azul, y numerosos corporales, velos de cálices y
sudarios. En los oficios místicos a los que servían aquellos objetos había algo
que estimulaba su imaginación.
Pues aquellos objetos, y todo lo que había reunido en su encantadora casa,
iban a ser para él medios de olvido, formas de escapar por algún tiempo de
aquel miedo que a veces le parecía casi insoportable. En las paredes de la
solitaria habitación cerrada con llave donde había pasado tanto tiempo de su
infancia, había colgado con sus propias manos el terrible retrato cuyos rasgos
cambiantes le mostraban la auténtica degradación de su vida, y lo había
cubierto con aquel sudario púrpura y oro a modo de cortina. Durante semanas
dejaba de ir allí, olvidaba la horrible pintura y recuperaba su corazón ligero,
su maravillosa alegría, su apasionado deleite en la mera existencia. Y,
entonces, repentinamente, una noche se deslizaba fuera de la casa, iba hasta
lugares ominosos de Blue Gate Fields, y se quedaba allí, un día tras otro,
hasta que la gente casi lo echaba, horrorizada, y tenía que ser apaciguado con
monstruosos señuelos. A su regreso, solía sentarse delante del cuadro, a veces
odiándolo a él y a sí mismo, pero lleno, en otras ocasiones, de ese orgullo de
la rebelión que es casi la fascinación del pecado y, sonriendo, con secreto
placer, ante la deformada sombra que tenía que soportar la carga que debiera
haber sido suya.
Pasados unos pocos años, no pudo soportar estar mucho tiempo fuera de
Inglaterra, y abandonó la villa que había compartido en Trouville con lord
Henry, así como la casita con valla blanca en Argel en la que más de una vez
había pasado el invierno. Odiaba estar separado del cuadro que tan parte de su
vida era, y también temía que en su ausencia alguien pudiera acceder a la
habitación, a pesar de los sofisticados cerrojos y trancas que hizo poner en la
puerta.
Era muy consciente de que éste no podría decirle nada. Cierto era que el
cuadro aún conservaba, bajo toda la vileza y la fealdad del rostro, su notable
similitud con él, ¿pero qué podía nadie deducir de ella? Se burlaría de
cualquiera que intentara mofarse. Él no lo había pintado. ¿Qué le importaba lo
vil y lleno de ignominia que apareciese? Incluso si les contaba la verdad, ¿lo
creerían?
Sin embargo, tenía miedo. A veces, cuando se hallaba en su gran casa de
Nottinghameshire, entreteniendo a los jóvenes de moda de su clase, que eran
sus principales compañeros, y asombrando al condado con el lujo sin freno y
el esplendor magnífico de su modo de vida, solía abandonar repentinamente a
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