Page 106 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
P. 106
El carácter fantástico de estos instrumentos lo fascinaba, y sentía un
curioso deleite en la idea de que el Arte, como la Naturaleza, tiene sus
monstruos, criaturas de forma bestial y voces horripilantes. Sin embargo,
pasado algún tiempo, se cansaba de ellos, y ocupaba su palco en la ópera, solo
o en compañía de lord Henry, mientras escuchaba Tannhäuser en un rapto de
placer y contemplaba en esa gran obra de arte una representación de la
tragedia de su propia alma.
En otra ocasión emprendió el estudio de las joyas, y apareció en un baile
de disfraces vestido de Anne de Joyeuse, almirante de Francia, con un traje
cubierto con quinientas sesenta perlas. A menudo se pasaba el día entero
ordenando y volviendo a ordenar en sus estuches las distintas piedras que
había reunido, como el crisoberilo verde oliváceo, que se vuelve rojo a la luz
de la lámpara; la cimofana, con su veta de plata parecida a un alambre; el
peridoto de color pistacho; los topacios rosado y color vino blanco; los
carbúnculos de intenso escarlata con trémulas estrellas de cuatro rayos; las
piedras de cinamomo de color rojo fuego; las espinelas naranjas y violetas y
las amatistas, con sus capas alternas de zafiro y rubí. Le encantaban el oro
rojo de la piedra solar, y la blancura de perla de la piedra de luna, y el arcoiris
roto del ópalo lechoso. Consiguió de Amsterdam tres esmeraldas de tamaño y
riqueza de color extraordinarios, y tenía una turquesa de la vieille roche que
era la envidia de todos sus conocidos.
Descubrió historias asombrosas también acerca de las joyas. En la
Clericalis disciplina de Alfonso se mencionaba una serpiente con ojos de
verdadero jacinto, y en la historia de Alejandro se decía que éste encontró
serpientes en el valle del Jordán «con collares de auténticas esmeraldas que
crecían en sus lomos. —Había una gema en el cerebro del dragón, nos dice
Filóstrato, y—, con mostrar unas letras de oro y una túnica escarlata», el
monstruo podía ser arrojado a un sueño mágico y morir. Según el gran
alquimista Pierre de Boniface, el diamante volvía a un hombre invisible, y el
ágata de la India le otorgaba elocuencia. La cornalina apaciguaba la ira y el
jacinto inducía el sueño, y la amatista eliminaba los efluvios del vino. El
granate expulsaba a los demonios, y el hidrópico robaba a la luna su color. La
selenita crecía y menguaba con la luna, y el meloceo, que descubre a los
ladrones, sólo podía alterarse con sangre de niño. Camillo Leonardi había
visto una piedra blanca extraída del cerebro de un sapo recién muerto que era
un antídoto contra el veneno. El bezoar, que se encontraba en el corazón de
un venado árabe, servía para elaborar un hechizo que curaba la peste. En los
Página 106