Page 105 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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de las raíces aromáticas y las perfumadas flores cargadas de polen, de los
bálsamos olorosos y de los bosques oscuros y fragantes, del aceite de nardo
que hace enfermar, de la hovenia que enloquece a los hombres y los áloes de
los que se dice que pueden expulsar del alma la melancolía.
En otra época se entregó por entero a la música, y en una larga habitación
con rejas, con techo bermellón y oro y paredes barnizadas de verde oliváceo,
solía ofrecer curiosos conciertos en los que unos gitanos enloquecidos
arrancaban una música salvaje de pequeñas cítaras, o graves tunecinos con
mantos amarillos punteaban las tensas cuerdas de unos laúdes monstruosos
mientras negros sonrientes golpeaban monótonamente unos tambores de
cobre, o hindúes con turbante agachados sobre alfombras escarlata tocaban
unas largas flautas de caña o latón y encantaban, o fingían encantar, enormes
serpientes encapuchadas y horribles víboras cornudas. Los violentos
intervalos y las estridentes discordancias de la música bárbara lo estimulaban
en los momentos en que la elegancia de Schubert, las bellas melancolías de
Chopin y hasta las poderosas armonías de Beethoven llegaban a su oído
indiferentes. Reunió de todas partes del mundo los instrumentos más extraños
que pudo encontrar, ya fuera en la tumba de las naciones muertas o entre las
pocas tribus salvajes que han sobrevivido al contacto con las civilizaciones de
Occidente, y le encantaba acariciarlos y probarlos. Tenía el misterioso
juruparis de los indios de Río Negro, que las mujeres no tienen permitido
mirar y ni siquiera los hombres jóvenes pueden ver antes de haber sido
sometidos a ayunos y flagelaciones, y las jarras de barro peruanas que emiten
el sonido agudo de los gritos de los pájaros, y flautas de huesos humanos
como la que oyó en Chile Alfonso de Ovalle, y las piedras verdes sonoras que
se encuentran cerca de Cuzco y producen una nota de dulzura singular. Tenía
calabazas pintadas llenas de guijarros que cascabeleaban al agitarse; el largo
clarín de los mejicanos en el que el intérprete no sopla, sino a través del cual
inhala el aire; el estridente ture de las tribus del Amazonas que hacen sonar
los centinelas que pasan el día entero sentados en los árboles y que puede
oírse, se dice, desde una distancia de tres leguas; el teponaztli, que tiene dos
lengüetas vibratorias de madera y se toca con palos embadurnados de una
resina elástica que se obtiene del jugo lechoso de las plantas; las campanas
yotl de los aztecas, que cuelgan en racimos como si fuesen uvas, y un enorme
tambor cilíndrico cubierto con las pieles de grandes serpientes, como el que
vio Bernal Díaz al entrar con Cortés en un templo mejicano y de cuyo triste
sonido nos ha dejado una descripción tan vívida.
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