Page 26 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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a la sociedad, que es la base de la moral; el terror a Dios, que es el secreto de
la religión… Ésas son las dos cosas que nos gobiernan. Y, sin embargo…
—Mueve la cabeza ligeramente a la derecha, Dorian, como un buen chico
—dijo Hallward profundamente concentrado en su trabajo y siendo sólo
consciente de que había aparecido una mirada en el rostro del muchacho que
nunca había visto antes.
—Y, sin embargo —continuó lord Henry con su voz grave y musical, y
con aquel elegante gesto de la mano que siempre había sido tan característico
de él y ya tenía incluso en sus tiempos de Eton—, creo que si un hombre
pudiera vivir su vida perfectamente y por completo, si pudiera dar forma a
cada sentimiento, expresión a cada pensamiento, realidad a cada sueño…
Creo que el mundo ganaría un impulso de alegría tan nuevo que olvidaríamos
todos los males del medievalismo y regresaríamos al ideal helénico incluso a
algo más hermoso y más rico que el ideal helénico, tal vez. Pero los hombres
más valientes entre nosotros tienen miedo de sí mismos. La mutilación del
salvaje tiene una trágica supervivencia en la autoinmolación que arruina
nuestras vidas. Somos castigados por nuestras renuncias. Cada impulso que
nos esforzamos por reprimir anida en nuestra mente y nos envenena. El
cuerpo peca una vez y acaba con el pecado, pues la acción es un modo de
purificación. Nada queda entonces sino el recuerdo de un placer o la
suntuosidad de un arrepentimiento. La única manera de librarnos de una
tentación es rendirnos a ella. Resistid, y vuestra alma enfermará de nostalgia
por las cosas que se ha prohibido a sí misma; del deseo de lo que sus
monstruosas leyes han hecho monstruoso e ilegal. Se ha dicho que los grandes
acontecimientos del mundo suceden en la mente. Es en la mente, y sólo en la
mente, donde los grandes pecados del mundo suceden también. Usted, señor
Gray, usted mismo, con su juventud de rosa roja y su niñez de rosa blanca, ha
albergado pasiones que lo han asustado, pensamientos que lo han llenado de
terror, sueños, dormido y despierto, cuyo sólo recuerdo podría teñir de pudor
sus mejillas…
—¡Basta! —murmuró Dorian Gray—. ¡Basta! Me produce usted
desconcierto. No sé qué decir. Hay alguna respuesta que darle, pero no soy
capaz de encontrarla. No hable más. Déjeme pensar, o aún mejor, déjeme
tratar de no pensar en nada.
Durante casi diez minutos permaneció inmóvil allí, con los labios
entreabiertos y un extraño brillo en los ojos. Era vagamente consciente de que
impulsos por completo nuevos estaban actuando sobre él, y le parecía que
verdaderamente procedían de él mismo. Las pocas palabras que el amigo de
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