Page 27 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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Basil le había dirigido (palabras dichas por azar, sin duda, y deliberadamente

               paradójicas) habían pulsado alguna cuerda secreta que jamás había sido antes
               pulsada, pero que él ahora sentía vibrar y palpitar con un latido extraño.
                    La música lo había conmovido de esa forma. La música lo había turbado
               muchas veces. Pero la música no era articulada. No era un nuevo mundo, sino

               más  bien  un  nuevo  caos,  lo  que  creaba  en  nosotros.  ¡Palabras!  ¡Meras
               palabras! ¡Qué terribles eran! ¡Qué claras, y vívidas, y crueles! Uno no podía
               escapar  de  ellas.  ¡Y,  sin  embargo,  qué  sutil  magia  contenían!  Parecían
               capaces de dar forma plástica a cosas informes, y poseer una música propia

               tan dulce como la de la viola o el laúd. ¡Meras palabras! ¿Había algo tan real
               como las palabras?
                    Sí.  Había  cosas  en  su  niñez  que  no  había  comprendido.  Las  entendía
               ahora.  La  vida,  de  repente,  se  tiñó  de  colores  llameantes.  Le  parecía  haber

               estado caminando sobre fuego. ¿Por qué no lo había sabido?
                    Lord Henry lo observaba con una sonrisa triste. Sabía el exacto momento
               psicológico en el que no debía decir nada. Se sentía vivamente interesado. Le
               causaba asombro la repentina impresión que sus palabras habían producido y,

               recordando un libro que había leído cuando contaba dieciséis años y le había
               revelado muchas cosas que hasta entonces desconocía, se preguntó si Dorian
               Gray estaría experimentando lo mismo. Él tan sólo había lanzado una flecha
               al aire. ¿Había dado en el blanco? ¡Qué fascinante era aquel joven!

                    Hallward pintaba con aquel maravilloso toque audaz suyo, que poseía el
               auténtico  refinamiento  y  la  perfecta  delicadeza  que  sólo  proceden  de  la
               fuerza. No era consciente del silencio.
                                                                                                      ⁠
                    —Basil,  estoy  cansado  de  posar  —⁠exclamó  Dorian  Gray  de  repente—.
               Tengo que salir y sentarme en el jardín. El aire aquí es sofocante.
                    —Querido amigo, te pido disculpas. Cuando estoy pintando soy incapaz
               de  pensar  en  otra  cosa.  Pero  nunca  has  posado  mejor.  Te  has  quedado
               perfectamente  inmóvil.  Y  yo  he  podido  captar  el  efecto  que  deseaba:  los

               labios entreabiertos y la mirada brillante en los ojos. No sé lo que Harry te
               habrá  estado  diciendo,  pero,  desde  luego,  te  ha  hecho  mostrar  la  más
               extraordinaria expresión. Supongo que te habrá estado halagando. No debes
               creerle una sola palabra que diga.

                    —No me ha estado halagando, desde luego. Tal vez ésa sea la razón por la
               que no creo nada de lo que me ha dicho.
                    —Sabe bien que lo ha creído todo —⁠dijo lord Henry mirándolo con sus
               ojos soñolientos, con los párpados pesados⁠—. Saldré al jardín con usted. Hace







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