Page 39 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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                    —¡Qué tarde llegas, Harry! —murmuró.
                    —Me temo que no soy Harry, señor Gray —⁠dijo una voz femenina.
                    Miró rápidamente a su alrededor y se puso de pie.
                    —Le ruego me disculpe. Pensé…
                    —Pensó que era mi esposo. Sólo soy su mujer. Permítame presentarme.

               Yo lo conozco a usted bastante bien por sus fotografías. Creo que mi esposo
               posee veintisiete.
                    —No serán veintisiete, lady Henry.
                    —Bueno,  entonces  serán  veintiséis.  Y  lo  vi  con  él  la  otra  noche  en  la

               Ópera.
                    Ella reía nerviosamente mientras hablaba, y lo observaba con sus ojos de
               un  vago  color  nomeolvides.  Era  una  mujer  curiosa  cuyos  vestidos  siempre
               parecían  diseñados  en  un  estallido  de  ira  y  colocados  en  medio  de  una

               tempestad. Siempre estaba enamorada de alguien y, como sus pasiones nunca
               eran  correspondidas,  había  conservado  toda  la  ilusión.  Intentaba  parecer
               original, pero sólo lograba resultar desaliñada. Se llamaba Victoria, y tenía la
               absoluta manía de ir a la iglesia.

                    —Eso fue en Lohengrin, lady Henry, si no me equivoco.
                    —Sí, fue en el querido Lohengrin. No hay otra música que me guste más
               que la de Wagner. Es tan poderosa que una puede pasarse hablando todo el
               tiempo sin que la gente oiga lo que dice. Ésa es una gran ventaja, ¿no cree,

               señor Gray?
                    El mismo staccato de risa nerviosa escapó de sus delgados labios, y sus
               dedos comenzaron a juguetear con un largo abrecartas.
                    Dorian sonrió y movió la cabeza:

                    —Me temo que no estoy de acuerdo, lady Henry. Nunca hablo mientras
               oigo  música  (al  menos,  no  mientras  oigo  buena  música).  Cuando  uno  oye
               mala música, es su deber ahogarla con la conversación.
                    —¡Ah! Ésa es una de las ideas de Harry, ¿verdad, señor Gray? Aunque no

               debe usted pensar que no aprecio la buena música. La adoro, pero me asusta.
               Me  vuelve  demasiado  romántica.  Sencillamente  he  adorado  a  algunos
               pianistas (en ocasiones, hasta a dos a la vez). No sé qué tienen. Tal vez se
               trata de que son extranjeros. Porque todos lo son, ¿verdad? Incluso los que

               han nacido en Inglaterra se vuelven extranjeros tras un tiempo, ¿no le parece?
               Es  tan  inteligente  por  su  parte  y  obsequia  al  arte  de  tal  forma…  Lo  hace
               bastante cosmopolita, ¿verdad? Si no me equivoco, señor Gray, usted nunca
               ha  venido  a  ninguna  de  mis  fiestas.  Debe  venir.  No  puedo  permitirme

               orquídeas, pero no reparo en gastos cuando se trata de extranjeros. Dan un




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