Page 93 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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considerablemente atemperada por la inveterada impecuniosidad de la
mayoría de los artistas con los que trataba. Por norma general, nunca salía de
su tienda. Esperaba a que la gente fuera en su busca. Pero siempre hacía una
excepción cuando se trataba de Dorian Gray. Había algo en Dorian que atraía
a todo el mundo. Era un placer incluso verlo.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Gray? —dijo frotándose sus gruesas
manos pecosas—. Decidí que me haría a mí mismo el honor de venir en
persona. Acabo de conseguir una belleza de marco, señor. Comprado en una
subasta. Florentino antiguo. Procedente de Fonthill, según creo.
Admirablemente adecuado para una pintura religiosa, señor Gray.
—Lamento que haya tenido que tomarse la molestia de venir, señor
Ashton. Desde luego que me pasaré a ver el marco, aunque no soy muy
aficionado al arte religioso. Pero hoy sólo quiero que me suban un cuadro al
desván. Es bastante pesado, y pensé que podría pedirle prestados a un par de
sus hombres.
—No se preocupe en absoluto, señor Gray. Estoy encantado de servirle en
cualquier caso. ¿Cuál es la obra de arte, señor?
—Ésta —respondió Dorian moviendo el biombo—. ¿Pueden moverla
cubierta tal como está? No quiero que se arañe al subir por las escaleras.
—No habrá dificultad, señor —dijo el amable enmarcador al tiempo que
comenzaba, con ayuda de su empleado, a descolgar el cuadro de las largas
cadenas de cobre de las que estaba suspendido—. Y, ahora, ¿a dónde lo
llevamos, señor Gray?
—Le mostraré el camino, señor Ashton, si tiene la amabilidad de
seguirme. O quizá prefiera ir delante. Me temo que es en la parte más alta de
la casa. Subiremos por la escalera delantera, que es más ancha.
Sostuvo la puerta abierta para los hombres, y éstos pasaron al vestíbulo y
comenzaron el ascenso. Lo sofisticado del marco había hecho la pintura
extremadamente voluminosa y, de vez en cuando, a pesar de las obsequiosas
protestas del señor Ashton, que sentía un verdadero disgusto de comerciante
al ver a un caballero desempeñando cualquier tarea de utilidad, Dorian ponía
las manos en él para ayudarlos.
—Una buena carga, señor —dijo jadeando el hombrecillo cuando
alcanzaron el piso superior, y se limpió la frente brillante.
—Una carga terrible que llevar —murmuró Dorian, al tiempo que abría
con llave la puerta de la habitación que iba a guardar para él el extraño secreto
de su vida y ocultar su alma de los ojos de los hombres.
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