Page 96 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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casa. Había oído hablar de hombres ricos chantajeados durante toda su vida
por algún sirviente que hubiera leído una carta, o escuchado una
conversación, o recogido una tarjeta de visita con una dirección, o encontrado
bajo una almohada una flor marchita o un trozo de encaje arrugado.
Suspiró y, después de servirse algo de té, abrió la nota de lord Henry. Era
simplemente para decirle que le enviaba el periódico vespertino y un libro que
podría interesarle, y que estaría en el club a las ocho y cuarto. Abrió la
St. James’s con desgana y le echó un vistazo. Una señal hecha con lápiz rojo
en la página quinta llamó su atención. Leyó el párrafo siguiente:
INVESTIGACIÓN SOBRE UNA ACTRIZ
El señor Danby, juez de instrucción del Distrito, ha llevado a cabo esta mañana una
investigación en la Bell Tavern de la calle Hoxton por la muerte de Sybil Vane, una joven actriz
recientemente contratada por el Royal Theatre, Holborn. Se ha concluido un veredicto de muerte
fortuita. Se presentaron condolencias a la madre de la fallecida, muy afectada durante su
declaración y la del doctor Birrell, que realizó el examen post-mortem del cuerpo.
Frunció levemente el ceño y, tras romper en dos el periódico, cruzó la
habitación y arrojó los pedazos a una papelera dorada. ¡Qué feo era todo! ¡Y
qué horriblemente reales volvía las cosas la fealdad! Se sintió algo molesto
con lord Henry por haberle enviado aquella crónica. Y era ciertamente
estúpido por su parte haberla marcado con lápiz rojo. Víctor podría haberla
leído. El hombre dominaba de sobra el inglés para ello.
Tal vez la había leído y había empezado a sospechar algo. Pero ¿qué
importaba? ¿Qué tenía Dorian Gray que ver con la muerte de Sybil Vane? No
había nada que temer. Dorian Gray no la había matado.
Sus ojos repararon en el libro amarillo que le había enviado lord Henry.
Se preguntó qué sería. Fue hacia el pequeño atril octogonal de color perla que
siempre le había parecido obra de unas extrañas abejas egipcias que trabajaran
en plata y tomó el volumen. Le secret de Raoul, par Catulle Sarrazin. ¡Qué
curioso título! Se dejó caer en un sofá y comenzó a pasar las páginas. Unos
minutos después, se hallaba absorto. Era el más extraño libro que hubiera
leído jamás. Le parecía que, en exquisito atuendo y al delicado son de unas
flautas, los pecados del mundo estuvieran desfilando en pantomima frente a
él. Cosas que vagamente había soñado de repente se le hicieron reales. Cosas
que ni siquiera había soñado jamás se le fueron revelando poco a poco.
Era una novela sin trama, con un único personaje, pues se trataba
ciertamente del estudio psicológico de un joven parisino, que pasaba su vida
intentando realizar en el siglo XIX la totalidad de las pasiones y formas de
pensamiento que pertenecieron a todos los siglos menos al suyo y resumir,
por así decirlo, en sí mismo todos los estados de ánimo por los que ha pasado
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